Blog Debaruch

domingo, 31 de enero de 2010

TREINTA

-Entonces se puso a llorar- contaba Luisa.

-¿Miguel?- dijo Jesús incrédulo.

-Claro ¿de quien te crees que estoy hablando? Ha estado sometido a mucha presión y por eso estaba tan raro. Dice que no puede contarme lo que le dijo la señora Concha porque le prometió que mantendría el secreto, y Miguel es un hombre de palabra, pero me aseguró que esta todo solucionado. Que no debíamos hacer nada más. Lo importante es que ahora, de día en día, irá mejorando y pronto será el de antes. Todo ha terminado, cuando me he levantado esta mañana estaba desayunando con apetito, no sentado en el salón mirando la televisión, sino comiendo un buen sándwich de pollo. ¡Estoy encantada! Es como si por fin viera una luz al final de este horroroso túnel. Ya no es necesario que encontremos el diario del señor Huguet, Miguel me confesó que tiene la solución al maleficio, pero que es un secreto ¡Ya no tenemos que preocuparnos!

Jesús escuchaba incrédulo, como quien tiene la certeza de que la luz al final del túnel es un tren que se acerca.

-¿Se le ve animado?

-Más que nunca.

-¿Y lloró?

-Claro, se desahogó y ahora está perfectamente.

Se habían encontrado en el café de artistas de la editorial. En esta ocasión, un señor demasiado viejo para ser moderno y demasiado joven para ser clásico estaba recitando una poesía en la mesa de al lado rodeado de tres amigos, a cada cual más insignificante y decadente. Uno trataba de convencer a otro de que el nombre de su nueva generación literaria debía ser “hijos rojos del sol”, otro se hurgaba la nariz y el tercero estaba borracho. Mientras, la poesía continuaba, y era hermosa.

-Está bien llorar siempre que lo finjas- dijo Jesús.

Luisa volvió de su mundo

-¿A que te refieres?- acertó a decir.

-A que no estoy seguro que las lágrimas de Miguel fueran sinceras. Esa es la única manera de que el llanto pueda resultar de alguna ayuda; cuando se convierte en un arma. Lo hacen los niños, lo hacen los ancianos y lo hacen las mujeres. Las mejores lágrimas son las de cocodrilo, ellas te ayudan, las otras te hacen débil- tomó un sorbo de café y dijo –todo el mundo necesita a alguien con quien sentirse superior, por eso hay que mantenerse siempre desvalido.

-Eres muy mal pensado. ¡Miguel es tu amigo!

-¡Lo sé! Por eso lo digo, él es capaz de actuar de esta manera. Creo que no deberíamos desistir, hay que encontrar esa cueva y el diario de Huguet. No puedo dejar el tema así como así.

-¿Y por quien haces todo esto, por Miguel o por ti mismo? Creo que ha dejado de interesarte tu amigo y solamente quieres descubrir que pasa en ese lugar por tu estúpido orgullo. Pues yo te lo voy a decir, ese lugar… cambia a las personas. Si quieres seguir con esta locura, hazlo, pero no digas que lo haces por nosotros porque nos valemos solos mi marido y yo, y si él dice que está solucionado, es que lo está.

-¿No te parece raro que él sea el único que lo tenga claro? Todos en Sometimes le dan por muerto. ¿Es que no te acuerdas de Oriol y lo que dijo de la indefensión aprendida? ¡No hay escapatoria cuando se pronuncia esa palabra después del anochecer! No sé que solución es la que Miguel asegura tener pero, de ser la buena, el marido de la señora Concha seguiría vivo, ¿no te parece?

Luisa se quedó callada. “Muy convincente, sobre todo cuando miente”. La poesía de la mesa de al lado había concluido por lo que no pudo evadirse con nada cercano. Un dilema se alojó dentro de la pobre Luisa. Su marido, su amor, su vida, no podía dudar de él, de lo contrario ¿Por qué estaban casados? Le había pedido que dejase de investigar sobre el tema, y si la persona con la que vas a compartir la vida te pide que dejes el asunto, no te preguntas el porqué, lo dejas y punto.

Luego estaba Jesús, que simplemente hablaba con lógica. Miguel tenía razón, era realmente convincente pero ¿mentía? ¿Por qué tendría que mentir, por qué tendría que mentir ninguno de los dos? Se sentía en medio de dos amigos que se hubieran peleado, pero eso nunca había ocurrido, al menos que ella supiese.

-¿Cuánto tiempo hace que no ves a Miguel?- preguntó Luisa.

Y Jesús se puso nervioso dentro de su elegante traje de doscientos euros que algunos consideran hippie.

-Mucho, desde unos días antes de su encuentro con la señora Concha. Fue cuando me pidió que investigara el tema. No sé que le dijo esa mujer pero lo ha cambiado por completo, empezando por su opinión, ahora no quiere ni que hable del tema- cogió la taza de café y la elevó hasta sus labios -hay cosas que importan y cosas que no importan, y las mujeres estáis muy por delante de los hombres en todas las cosas que no importan.

-¿Estás enamorado de mí?

Al escuchar esas palabras, Jesús se convirtió en una estatua de hielo. La taza de café se le escurrió de la mano y fue a rebotar contra su rodilla antes de caer al suelo y partirse en mil pedazos -¡Ha!- se quemó la pierna. Todo el mundo lo miró y, conteniendo una lágrima de dolor, tan solo a expensas de su amor propio, hizo señales a la camarera para que viniese a fregar el desperfecto mientras él trataba de mantener la compostura. Entonces se dio cuenta de que Luisa estaba riendo estrepitosamente. Era la segunda vez que lograba que esa chica se riera y eso le hizo sentir bien. Jesús era de la opinión medieval de que la risa acaba con el miedo, y que sin miedo al demonio no se necesita fe en Dios, y que si la sociedad Occidental hoy en día es atea, se debía a que había aprendido a reír.

Jesús acompañó a Luisa en su singular canción de carcajadas y baile de espasmos, dolor de abdomen y lagrimas de felicidad.

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