Blog Debaruch

domingo, 10 de enero de 2010

NUEVE

Primero las nubes se volvieron grises esperando la lluvia, luego las sombras empezaron a sepultar las casas y a encender sus luces. Los pocos sonidos que perturbaban el silencio fueron cesando y las pupilas de la gente se dilataban como las de un gato. Poco antes de que el cielo estuviera negro como el azabache, las farolas de la calle de Marc y Ciara se encendieron, pero sólo en su lado de la acera. En frente, en la casa de Miguel y Luisa, su coche volvía a estar aparcado bajo una farola apagada.

-Ya podrían meter el coche en el garaje, lo tienen para algo- gruño Marc desde la ventana.

-Su garaje está repleto de cajas, acaban de mudarse- contestó Ciara con calma desde la silla de patas serradas mientras trataba de hacer ganchillo con unos finos lentes sobre la nariz.

Marc caminó con torpeza hacia su butaca. Allá notaría más el calor del brasero.

-Ya podrían dar corriente a esas farolas, hace semanas que están puestas y todavía no he visto ninguna encendida.

-Es normal, están de obras. Imagino que todavía tardarán unos días en tener corriente- y dijo –hoy estás muy quejica.

La luz mortecina de una gran lámpara de pié suministraba toda la luz de la habitación. El resto de salas estaban a oscuras y así continuaría hasta la hora de acostarse, dentro de poco. El ritual de cada noche se repetía, y si Marc no se dormía a su hora, le sería difícil hacerlo.

Siempre los mismos problemas, siempre el mismo silencio, siempre la misma noche.

-¿Crees que nos harán caso?- dijo Marc antes de sentarse en la butaca.

La respuesta de Ciara fue encogerse de hombros sin apartar la vista de su tarea.

-Seguro que ahora mismo están hablando de eso. No debimos darle tanta importancia, así será difícil que lo olviden. Y eso es lo que deben hacer, olvidarlo.

Otra pausa antes de obtener respuesta y, entre frase y frase, un silencio tan atroz y sobrenatural que hacía pensar que fuera de ese cuarto nada existía.

-¡Es que es importante! Nosotros ya no podemos hacer más.

La bombilla centelleó creando sombras por las paredes, la luz se hizo más tenue y el pequeño chasquido del filamento incandescente sonó como un eco.

-Marc- dijo Ciara dejando lugar a otro silencio – ¿porqué me has cogido la mano en casa de los vecinos?

-¿Qué dices? Yo no he hecho eso.

-Sí lo hiciste. Cuando estábamos en su cocina, ellos se cogieron de las manos y tú en seguida agarraste la mía.

Marc se incomodó en su asiento y notó como la sangre le subía a la cabeza. Ciara continuaba haciendo ganchillo sin levantar la mirada. Eran ya mayores para competir con otra pareja en ver quien era más cariñoso, eso sólo lo hacen los jóvenes inseguros cuando salen en grupo. Ciara sabía cual era la razón, sabía que su marido había tenido un arrebato de juventud y la actitud de gruñón que tomaba ahora no hacía más que confirmarlo.

-La otra mañana me preguntaste si quería que nos fuéramos de este lugar ¿Por qué dijiste eso? ¿Dónde quieres ir?- continuó.

Marc se revolvió otra vez en su asiento. Hacía demasiado tiempo que vivía con aquella mujer y le era imposible ocultar nada por muy molesto que fuera. Llevaban toda la vida en aquella casa y Marc no pudo evitar verse reflejado en los jóvenes de enfrente, como en un espejo del pasado. Sabía la vida que les esperaba a Luisa y a Miguel, la misma que él le había ofrecido a Ciara y que ella había aceptado incomprensiblemente. ¿Por qué se quedó con él? ¿Por qué no le había abandonado hacía años para irse con algún rico heredero a vivir en la ciudad? ¿Tanto le quería? Le costaba imaginárselo. A Marc no le gustaba hablar sobre sus sentimientos, nunca lo había hecho y Ciara lo había respetado con cariño.

-Contéstame tú ahora ¿Por qué has apartado la mano?

Sólo entonces Ciara levanto la cara para mirarle con ternura.

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