Blog Debaruch

domingo, 17 de enero de 2010

DIECISÉIS

-Sí cariño. No importa que hagas nada, hoy comeré con Jesús- Miguel hablaba por su teléfono móvil como si estuviera dando besos a un gato -si, cielo, ten cuidado en el hospital, puede que te impresione ver a los chicos. Vale. Yo también a ti. No, yo más.

-Que asco, realmente estáis enamorados- espetó Jesús.

-¿Dónde está Marlen? Pensaba que quedabas siempre con ella para comer.

-Esa es otra de las ventajas de estar rompiendo, empiezas a notar libertad de forma instantánea en esta clase de pequeñas cosas- contestó -En verdad siempre comíamos juntos, pero ahora puedo hacerlo contigo o con quien me venga en gana.

-De modo que ya es definitivo.

Acababan de salir de la oficina. Tenían una hora escasa en la que ingerir comida sin alimento y regresar entre las cuatro paredes de falso techo, falso suelo y no más verídicos despachos. En la calle había gente. Una serie de pequeños comercios invadían las aceras con revisteros llenos de publicaciones extranjeras y estantes plagados de recuerdos con cientos de postales. Son las reminiscencias de un verano lleno de turistas, postales de la playa y crema para el sol, que se alargan algunos meses durante el otoño para dar la bienvenida al invierno con su desaparición. Es igual que las clementinas en primavera o els esclatasangs, que desaparecen cuando llega el frío, o el calor.

-Creo que necesito un cambio de look ¿Te gusta este gorro?- Jesús cogió un sombrero de un chiringuito y se lo puso en la cabeza bajo la atenta mirada del dependiente. Era un sombrero de diseño que trataba de imitar algún tipo de gorro militar.

-Si- dijo Miguel -ahora se llevan mucho.

-Podría llevarlo de lado, más Napoleónico. Mejor ¿no?- lo ladeó.

-Claro que no, podría traerte problemas.

Miguel siguió caminando y Jesús dejó el gorro en su lugar. Ya se habían alejado bastante del trabajo, tendrían que comer en veinte minutos para estar de vuelta a la hora. Entraron en un restaurante con terraza y se sentaron al lado del ventanal para ver pasar gente. Daba la sensación de estar dentro de una pecera.

-¿Cómo se lo ha tomado Marlen? Quiero decir... el otro día, en mi casa, parecía enfadada pero seguía locamente enamorada de ti.

-¿A sí? Pues ahora me odia. Cosas de la vida. Imagino que me odiará hasta que decida volver con ella, y como eso no entra en mis planes... me odiará para siempre. Miguel, el amor es algo condicional: “te amaré si tu me amas antes a mí”. Es como si un músico esperase a que la gente bailase para ponerse a tocar. Pero este ejemplo no es mío, veamos... es como si esperásemos que la gente se riera antes de contar el chiste- alzó el brazo para llamar la atención del camarero –y ahora que hemos hablado de mí, hablemos un poco de ti ¿Qué es lo que te preocupa?

-¿Tanto se me nota?

-Más que a un niño una peonza en el bolsillo.

-Bueno, la verdad es que era algo que quería comentar contigo ¿Te acuerdas de la historia de Sometimes?

-Claro, no consigo olvidarla.

-Pues no pasó ni una hora desde que os marchasteis que yo dije la condenada palabra.

-Muy valiente.

-No fui valiente, simplemente estúpido. Estaba bebido y en ese momento no creía tener nada a lo que temer, pero ahora...

-Un momento, ¿ha pasado algo? Viniendo de ti no me extraña lo más mínimo que dijeras algo prohibido, en ese aspecto somos muy parecidos, basta con que no se pueda para desear hacerlo con más ganas, pero… ¿ha pasado algo? Si es así cuéntamelo ahora mismo. Tal vez estuviera equivocado con Sometimes, la historia de aquel lugar me parece fascinante.

Cuando Miguel empezó a narrar su breve encuentro con el señor Huguet y a relatar la nueva información que Ciara y Marc le habían confiado, el camarero llegaba a la mesa con una servilleta sobre el brazo.

-¿Qué desean?

-Vamos a comer- dijo Jesús -por favor. ¿Puede traer la carta?- y esperó a que el camarero se alejara lo suficiente para añadir –otra cosa que me revienta es tener que pedir las cosas “por favor”, nadie va ha hacerte ningún favor en este bar. Si pido una ensalada me la darán por dinero, pero si digo: “¿puede ponerme una ensalada, por dinero?” seguro que se enfadan y nos echan a patadas. Hay que decir por favor aunque luego termines pagando.

-No te parecerá tan fascinante mi historia si la interrumpes con esta tontería.

-Lo siento, la historia es muy buena pero que te la creas la convierte en sucia. Es como el Nuevo Testamento, más gente lo leería si no se encontraran con fanáticos que quieren comentarlo a cada instante. Por no hablar de ir a misa, y rezar por las noches, y confesarse, y arrepentirse de todo lo que haces, y bla, bla, bla. Nunca leer un libro puede salirte tan caro como cuando te lo crees.

-Yo no he dicho que me lo crea.

-Pero estás asustado.

-He estado pensando. Después de todo lo que me han dicho, puedo emplear mi tiempo en vivir o en morir. Creer o no creer.

-Y has decidido pensar que te estás muriendo.

-Es por esa razón por la que vamos al médico, ¿no? Por miedo. Desgraciadamente mi problema es más complejo. En Sometimes todos me dan por muerto y yo me encuentro perfectamente, ¡es frustrante! Pocos me hablan y quienes lo hacen es para decirme “hola” y “adiós” y ese “adiós” suena más enérgico que el “hola”, como si aprovechasen cada ocasión para despedirse de mí para siempre. Sólo te cuento esto para pedirte una cosa, eres mi mejor amigo, averigua si ha habido un señor Huguet viviendo en Sometimes. Busca en archivos, pregunta a la gente, piensa que si de aquí a unos días me ocurre algo, ya estarás sobre la pista de lo que fue.

Entonces Jesús se echó a reír. Miguel lo miró enojado y se preguntó cómo no había previsto antes esa reacción de su compañero.

-Muy bonito- dijo indignado –podía esperarlo de cualquier otro, pero que mi mejor amigo ni siquiera finja interés…

-Hey, no me ofendas... yo sí he fingido interés- dijo repleto de falsa indignación -¿Qué puede ocurrirte si no te ayudo?

-No estoy seguro, todavía tenemos que hablar con la señora Concha, una vecina cuyo marido pasó por lo mismo hace tiempo. No estoy seguro de nada, pero creo que me van a mutilar.

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