Blog Debaruch

martes, 5 de enero de 2010

CUATRO

No existen muchas editoriales en Palma de Mallorca, por lo que todas son importantes, aunque, de todas, la de Miguel trabajaba era la más próspera. Tenían un par de escritores consagrados de los cuales subsistían, y otros tantos que no hacían más que hacerles perder dinero a pesar de que sus obras fueran claramente superiores. El secreto del mundo editorial es que, a final del año, los beneficios deben ser mayores que las perdidas. A veces, alguna obra aislada de un autor desconocido alcanzaba tanto éxito que podía pagarles el sueldo durante dos o tres años. Ese dinero, y allá reside la maestría, volvía a invertirse en publicar más libros desconocidos por si entre la enorme pila de originales no solicitados se hallaba otro diamante en bruto.

Ese era el trabajo de Miguel: Descubrir diamantes, tener buen criterio.

Estaba sentado en su pequeño despacho rodeado por montones de papeles y leía superficialmente las primeras páginas de cada obra. Enfrente suyo, un ordenador; a su derecha, un montón de sobres y, debajo de la mesa, una impresora. Cuando el original estaba escrito a mano sin dejar doble espacio entre líneas o con caracteres demasiado pequeños, Miguel imprimía una carta “tipo” que tenía prepara en el ordenador poniendo el nombre del aspirante a escritor en el espacio en blanco.

Sr. ............ Hemos leído detenidamente su obra y lamentamos comunicarle que no encaja en las necesidades actuales de la editorial. Puede pasar a buscar su original en el plazo de una semana, de lo contrario será destruida. Le deseamos suerte en otras empresas.

Atentamente: la dirección.

Las cartas, con sus correspondientes apartados de correo, eran enviadas a otro departamento que se encargaba de remitirlas a los autores, y desde allá enviaban las obras a otro departamento para quemarlas. Pero el trabajo de Miguel no siempre era tan sencillo. En ocasiones, el avispado escritor cumplía las normas estipuladas y escribía correctamente a doble espacio de forma clara y correcta. Entonces a Miguel no le quedaba más remedio que hacer una lectura rápida del original. Cada diez páginas prestaba atención a una y, ahora que en su mente estaba Luisa limpiando la casa con una camiseta sudada y sosteniendo una fregona como si fuera un gran miembro erecto, le era imposible concentrarse siquiera en esa.

-Por lo que veo te ha sentado bien tomarte unas horas libres- dijo Jesús sacando a Miguel de su ensimismamiento –no me importa cubrirte las espaldas, pero si vas a casa para relajarte, y yo me juego el cuello por eso, al menos espero que luego hagas bien tu trabajo... y a poder ser también algo del mío.

-Jesús, espero que nunca llegues a ser jefe. Como algún día mandes sobre alguien, tus subordinados seguro que te harán vodoo. Eres más cascarrabias que el señor Beltrán y no tienes ni la mitad de sus años.

-El señor Beltrán nos da de comer a los dos, y posiblemente ese libro que tienes entre las manos también. ¡Quien sabe! Tal vez sea el nuevo “Quijote” y no te des cuenta porque estás pensando en tu amorcito.

-Un Quijote hoy en día no haría más que hacernos perder dinero.

Jesús comenzó a reír estrepitosamente. Era la clase de chico cuya sonrisa perfecta y ojos risueños volvían locas a las chicas del instituto, pero que no sabía qué contarles una vez se había acostado con ellas.

-Haremos una cosa. Si este viernes nos invitas a cenar a Margarita y a mí a tu nueva casa, volveré a cubrirte las espaldas el lunes. Pero eso sí, no respondo de lo que diga Beltrán cuando se entere de que tu pila de originales no disminuye.

-Estás invitado cuando quieras, ya lo sabes.

Jesús volvió a sonreír, esta vez orgulloso.

Ambos se conocieron en la universidad, facultad de empresariales, y aunque no entablaran gran amistad entonces, al descubrir que su destino iba a estar unido por un mismo trabajo rutinario, los dos hicieron esfuerzos por entenderse. Jesús, más liberal y alocado, estuvo presente en todas las crisis que cruzó la relación de Miguel antes de pasar por el altar. Le dio mucho más apoyo que los considerados desde siempre sus amigos, personas que fueron desapareciendo con el tiempo.

-Perfecto así ya de paso veo tu casa.

-Te encantará, y también a Margarita. Tiene un jardín que rodea la entrada, ya sabes, al estilo americano, y un senderito que lleva directamente a la puerta. No compartimos paredes con los vecinos y son de ladrillo rojo y no tochos grises de hormigón que apenas aíslan el ruido- Miguel pasó la página que sostenía como si ya la hubiese leído -¿Y que me dices de Margarita? ¿la conozco? No, es demasiado reciente, creo que no la conozco todavía. ¿Que le pasó a Elizabeth?, ya sabes, la de los pechos hermosos.

-Quería hacerme lo mismo que Luisa te hizo a ti, es decir, la conocía desde hacía tan solo hace cuatro meses y ya quería casarse conmigo. Las relaciones amorosas, cuando llegas a los treinta, parece que tengan que ir siempre en serio, y a mí no hay quien me saque del pisito de alquiler del centro.

Miguel pasó otras cinco páginas distraídamente.

-No sabes lo que te pierdes- continuó entonces -Sometimes es un lugar hermoso y apartado, rodeado de bosque y cercano a un centro comercial ¿qué más se puede pedir?

-Para empezar, gente en sus calles que no esté casada y tenga más de quince años o menos de cien. ¡La verdadera libertad está en los apartamentos de soltero! Jamás se me ocurriría entrar en una comunidad tan parecida a una secta. Me gustaría saber qué dirían todos los vecinos si alguna de las viviendas fuera alquilada por un soltero que estuviera montando fiestas cada noche.

-Esas casas no se alquilan.

-A eso me refiero.

Una secretaria pasó frente a ellos con un portafolios y un vaso de papel con agua del surtidor. Se quedaron mirándola y, como si se tratase de la campana que finaliza el recreo, Jesús volvió a su mesa quitándose la americana y dejándola en el respaldo. Hacía unos días que la calefacción estaba al máximo y la absurda norma de ir trajeado se hacía todavía más absurda. Miguel esperó un poco y luego cerró el taco de folios encuadernado con gusanillo para leer su título.

Humedad letal:

“La apasionante historia del reparador de una máquina de lavado de coches”

Miguel echó el montón de papeles a la basura, imprimió la pantalla del ordenador y colocó la hoja en uno de los sobres de su derecha para luego colocarlo en la bandeja con la leyenda “salidas”. Luego cogió otro montón de la pila de originales no solicitados, lo ojeó rápidamente y se dio cuenta que el avispado escritor debió quedarse sin tinta negra al imprimirlo y más de mitad del libro estaba escrito en rojo. Se llevó las manos a la cabeza deseando estar en su nueva casa con su mujer.

Imprimió de nuevo la pantalla del ordenador.

Dejó atrás las luces de la ciudad y se dirigió por el paseo marítimo hasta la entrada de la autopista, allá tomó la segunda salida hacia el Coll d’en Rabassa, donde las señalizaciones de las rotondas ya indicaban la dirección a seguir para llegar a Sometimes. Le llamó la atención que, estando a punto de alcanzar la urbanización, tales señales desaparecieron por completo. Se había percatado de ello en varias ocasiones; la última señal estaba en la rotonda del centro comercial, luego era necesario conocer el camino para no perderse en la oscuridad y llegar a la recta calle desde la cual se divisaban las luces de las casas.

Las señales de tráfico con el nombre de Sometimes habían sido arrancadas, dejando palos elevados como estacas.

Al introducirse entre las casas, a través de las obras y las excavadoras de la fase dos, supuso que tal vez los letreros no habían sido emplazados todavía. Una señal azul le recordaba que estaba entrando en zona residencial por lo que debía moderar su velocidad. Se introdujo en la calle principal de la gran cuadrícula de casas y descubrió que en su lado de la acera todavía no habían encendido las farolas de la calle, en cambio a su izquierda, estas mucho más viejas y oxidadas, daban brillante luz desde lo alto de sus tallos.

Aparcó el coche en la acera, bajo una de esas farolas apagadas porque el garaje todavía estaba lleno de trastos que no dejaban espacio para que el auto durmiera a cubierto. Se dirigió hacia la puerta y metió la llave, se deslizó suavemente en la cerradura nueva, antes de darle la vuelta para abrirla escuchó música.

-Esta tarde los obreros han hecho un escándalo espantoso- comentó Luisa al verlo, sin parar de sonreír mientras traía los platos desde el mármol- mientras limpiaba no me oía ni pensar.

-¿Qué más has hecho hoy?- preguntó Miguel- Llegas a casa aproximadamente tres horas antes que yo- y dijo- siendo esta nuestra nueva casa y no estando yo para controlar, no puedo creer que no hayas empezado a colocar todo a tu gusto.

-Venga cielo, no me gusta que me veas como una mandona. Sólo limpiaba y esperaba a que llegaras para empezar a decorarlo todo a nuestro gusto.

-¿Entonces me dejaras decorar el salón?

-¿Con tu sentido del gusto? Ni hablar, como mucho el trastero.

Terminaron de cenar. Cuando Miguel abrió la puerta de la calle para tirar la basura se encontró con más papeles de aquellos que rogaban silencio. Les dio una patada y los apartó de la entrada.

Seguidores

Datos personales