Blog Debaruch

lunes, 4 de enero de 2010

TRES

Miguel estaba pletórico. Se movía con la excitación de un cachorro y besaba a su esposa con los labios tensos por no poder parar de reír. En su nueva casa hacía frío, no obstante se quitaron las chaquetas y las arrojaron despreocupados al suelo. Cada vez que recorría con sus manos la cintura de su amada se sorprendía de lo firme que era. Perfecta.

Luisa se dejaba querer. Cada una de las caricias de Miguel era bien recibida y cada patoso pisotón lo tomaba como una muestra más de su amorosa efusividad. Era fabuloso tener cerca a quien la amase tanto sin desaprovechar ni un momento para demostrárselo. Cuando Miguel comenzó a besarle el hueco del hombro ella hundió su rostro en el cuello de su camisa, entonces olió profundamente el almidón de la tela y la colonia de su piel. La elegante camisa caía sobre sus espaldas como un liso caparazón, suave y brillante, al igual, que su corbata, caliente por encontrase cerca de su pecho.

Luisa había pedido la mañana libre para disfrutar de unas horas en su nuevo hogar, mientras que Miguel, después de rogar que le sustituyeran en el trabajo para encontrarse con ella, solamente había conseguido unas horas libres.

No hicieron la parafernalia de los recién casados. Él no la hizo atravesar el portal en brazos ni se fueron de viaje de novios a ver las cataratas del Niágara. Si pasar un fin de semana en un hotel de Cala d’Or puede considerarse una luna de miel, entonces sí disfrutaron de ese placer. Hablaban entre susurros mientras se dirigían a trompicones hacia el dormitorio.

-Te quiero.

-Te quiero.

Y durante el camino, la mirada distraída de Luisa miraba en todas direcciones regocijándose de lo hermoso que era todo. Habían estado en la casa en otras ocasiones, pero aquella era la primera vez que la veía prácticamente amueblada, con las hermosas piezas de madera de pino barnizada y roble oscuro. Sin percheros. Las paredes, recién enyesadas, emanaban todavía ese olor suave similar al talco y un blanquecino polvo fino se acumulaba en los rodapiés de las paredes y sobre el parquet del piso superior. Todo era nuevo y personal. Habían encargado los muebles a cinco tiendas distintas, eligiendo el modelo que más encajaba de cada una. Ese capricho había resultado caro pero gracias al sueldo de Miguel probablemente nunca más tendrían que preocuparse por el precio de las cosas, solamente de su valor.

Se metieron en la cama a medio desnudar y rápidamente se taparon con el edredón para resguardarse del frío. En ese momento dejaron de mirar a su alrededor y cada uno se concentró plenamente en el otro. La cama era amplia, y soportó con firmeza las fuertes embestidas de Miguel durante una hora para luego ser testigo de sus caricias durante otros veinte minutos.

-¿De verdad tienes que ir a trabajar?- preguntó Luisa tapada hasta el cuello.

El frío había desaparecido bajo el edredón de plumas gracias al calor de sus cuerpos desnudos. Era la primera vez que tenían un lugar propio para dar rienda suelta a su amor. Miguel y Luisa habían hecho todo en la vida tal y como se considera debe hacerse. Estudiaron hasta los veinticinco años, llevaron su relación durante tres años acostándose en casas de amigos y, después de trabajar durante un tiempo ahorrando de forma enfermiza, se compraron la casa hipotecándose de por vida para irse a vivir juntos al finalizar la boda.

-La verdad es que no debería haberme escapado nunca del trabajo- contestó Miguel riendo –tengo a Jesús trabajando el doble, contestando a mi teléfono y vigilando que no llegue el jefe- pausa -pero no podía resistirme a estar contigo.

-Pues deberías marcharte. No podemos permitirnos que te quedes en la calle- Luisa le puso la mano en el pecho y jugueteó con el vello que encontró, se centró en un pelo y, cuando Miguel menos se lo esperaba, tiró de él arrancándolo con fuerza. Miguel dio un pequeño respingo bajo las sábanas por el repentino y pasajero dolor. Estuvo a punto de quejarse pero no hizo otra cosa que echarse a reír de nuevo. Dolor, placer, que más le daba.

Cualquier daño se convierte en delicioso cuando es la persona que amas quien lo infringe.

-¿Me estas echando de la cama?

-Sabes que nunca te echaría de mi cama, pero yo voy a salirme. Quiero comenzar a arreglar la casa. Esta tarde iré a la escuela y luego no tendré tiempo de limpiar. Tú puedes quedarte aquí si quieres.

Miguel sólo había estado un par de veces en la escuela donde Luisa trabajaba, aún así le parecía el lugar más deprimente de la Tierra. Se trataba de una casa de campo con juguetes desperdigados por el jardín y dibujos infantiles colgados en las paredes. Todos los alumnos de aquella escuela eran “especiales”. El más listo tenía quince años y leía con dificultad libros de preescolar.

La pareja había tenido ya varias peleas por la manía que Miguel tenía de utilizar la denominación: “colegio para retrasados”, y siempre era él quien salía derrotado. Ahora, el término “educación especial” continuaba pareciéndole un eufemismo.

Se levantó de la cama y volvió a ponerse el traje que descansaba arrugado en el suelo. Tardó diez minutos en despedirse de Luisa. Se le hacía duro pasar el resto del día sin ver a su recién estrenada mujer, y cuando finalmente salió a la calle, trató de olvidar cuanto la quería recordando las citas de la semana. Condujo veloz hasta la oficina con la mente repleta de trabajo.

Fue al salir de su casa cuando se encontró con ese montón de papeles escritos a mano, todos con letra distinta, que ponían:

SILENCIO

NO DIGAIS NADA

SILENCIO

SIN HACER RUÍDO

Cada uno con una palabra diferente rogando mutismo. Miguel pensó que tal vez hubieran hecho demasiado ruido con el trajín de la mudanza y aquella era la particular reprimenda de los vecinos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Datos personales