Blog Debaruch

miércoles, 6 de enero de 2010

CINCO

La sala estaba a oscuras. Las cortinas dejaban entrar algo de luz del exterior, pero hacía años que no se descorrían del todo. Estaba amaneciendo. Olía a cerrado y a humedad, pero la señora Concha no parecía percatarse de ello. Incluso las situaciones más adversas se vuelven cotidianas cuando uno se acostumbra a ellas. Había preparado té y su aroma flotaba en el ambiente junto con la comida del día anterior y la cena de la noche pasada.

-Entiendo tu preocupación- le dijo a Ciara, su invitada -y comprendo que quieras comentarlo conmigo pero yo tampoco sé qué deberíamos hacer. Todos sabíamos que este momento llegaría desde que vimos las excavadoras, aunque en el fondo deseábamos que se marcharan sin trastornar nuestras vidas. No ha sido así.

Ciara removía con parsimonia el té, en una diminuta taza de porcelana con una igualmente diminuta cuchara de plata. No miraba directamente a Concha pero escuchaba atentamente todo lo que decía.

-Ahora tenemos a nuestros primeros nuevos vecinos y son ajenos a lo que ocurre en este lugar. Son una pareja joven, según he oído, y el ímpetu no es bueno aquí. ¿Qué hacer con ellos? ¿Contarles nuestro terrible secreto, la verdad sobre este sitio, o callarnos y confiar en que nunca lo averigüen?

-No es algo que podamos olvidar confiando que no lo descubran por ellos mismos. Es demasiado... vulgar- tomó un sorbo de su taza -Percatarse es fácil, y sus consecuencias demasiado graves. Devastadoras. No podría seguir viviendo tranquila después de saber que alguien ha muerto sólo porque yo no lo advertí a tiempo.

Concha se puso más azúcar.

-Llevo años viviendo en esta casa- dijo –tantos que ya casi ni me acuerdo. Desde que Eduardo murió, pocas son las palabras que me atrevo a decir entre estos muros- dijo –La mayor parte del día lo paso sola y ningún sonido retumba por entre estas paredes. Para mí es algo normal, pero entiendo que pueda llegar a ser enloquecedor- y dijo -Tú vives con tu marido, Marc- Ciara asintió removiendo de nuevo el té –sabes lo que es tener una persona cerca y medir las palabras en cada conversación, repasar mentalmente todo lo que uno quiere decir para no soltar “lo que no debe ser dicho”.

-A mi edad, el silencio es una bendición- contestó Ciara –además, pocas cosas tengo ya que contarle a Marc. Vivir así puede ser un suplicio para una pareja joven pero es la única forma de vivir. En silencio. Ahora mismo podrían estar diciendo esa palabra, y cada día que pasa es un día de propina si no les advertimos.

Concha era una mujer mayor, más joven que su invitada, pero mayor al fin y al cabo. Bien adentrada en los cincuenta, sabía que hasta el día de su muerte pocas cosas acontecerían en el pequeño microcosmos que había montado a su alrededor. Un universo en que se había encerrado. No tenía amigos y los pocos familiares que continuaban vivos no sabían nada de ella. Poco más tenía la vida que ofrecerle a parte de dilemas como aquel.

-¿Crees que se lo deberíamos decir?- preguntó dando un largo sorbo a su copa de porcelana –ni siquiera van a creernos y puede que luego digan “lo que no puede ser dicho” sólo para demostrarse a ellos mismos que es falso, que les hemos mentido cuando no es así.

Ningún sonido alcanzaba el salón. Sus voces sonaban fuertes aunque apenas se esforzaran en pronunciar las palabras, por lo que cada una de ellas se mostraba clara y cobrando una importancia que no merecía. La conversación era pausada y calmada, como dos viejas amigas contándose historias que hubieran escuchado ya cientos de veces y, sin embargo, con una gravedad que hacía estremecerlas cada vez que abrían la boca. Siempre en guardia, siempre alerta de no decir lo que no se debe.

-Tendríamos que hablarlo con el resto de vecinos y ser cautos; no decir más que lo justo- dijo Concha.

-Tú puedes hablarlo con ellos si quieres. Reúnelos, coméntales lo que te he dicho, pero mañana sin falta iré a hablar con esa pareja de jóvenes. No estoy dispuesta a esperar el permiso de un grupo de viejos asustados. ¿Qué crees que van a decir? Como mucho, y después de varias horas, llegareis a la conclusión de que “no es nuestro problema” pero se equivocan, sí que lo es. Todo lo que ocurre en este lugar lo es.

A la señora Concha se le pusieron los pelos de punta al escuchar la palabra “lugar”. Esperaba oír otra muy distinta; una que estaba prohibida.

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