Blog Debaruch

viernes, 29 de enero de 2010

VEINTIOCHO

Cuando Luisa se marchó, Jesús se quedó como siempre: solo. Marlen, su antigua novia, le llamó poco después para hablar. Había hecho acopio de toda su valentía para marcar el número y, cuando finalmente lo hizo, se encontró con un Jesús distante y cansado, en extremo asustado. Como todos después de terminar una relación, por corta que fuera, por insignificante que nos pareciera o poco comprometidos que nos sintiéramos. Marlen quería una explicación, no para tratar de solucionar el error que pudo cometer con Jesús, tal vez no existiese tal error, sino para encontrar en uno mismo la culpa de cuando algo sale mal. Necesitaba esa explicación para demostrarse que no tenía ningún defecto y que continuaba siendo perfecta.

“Inseguridad” es la primera palabra que viene a la mente.

Y por otro lado credulidad. Credulidad en las mentiras que se dice uno a sí mismo.

El problema de todos es que piensan ser el protagonista de la historia. Marlen era la bella dama renegada de un hombre infame, Jesús el buen samaritano que ayudaba a una débil mujer en apuros, Luisa la mujer fuerte tratando de salvar a su marido, Miguel, solitario protagonista de un drama en el que, en cuanto él muera, saldrán los títulos de crédito.

Por descontado, el concepto de cada uno depende de quién lo piense, y la gravedad de la historia de dónde se encuentre su personaje. Así es la naturaleza del ser humano, en la que una mujer como Marlen puede llamar a Jesús y echarle en cara todo lo que sufre como si fuera un verdadero problema. Tal vez las duras palabras pudieran hacer mella en su carácter, si no fuera porque lo que en realidad le asombraba a Jesús era simplemente que hubiese podido llamar.

Al colgar el teléfono Jesús se puso a pensar. Tuvo miedo, mucho miedo. Marlen comenzaba a acosarlo.

¿Por qué la tristeza y el pensar son tan semejantes? Al ver a un hombre haciendo una de ellas, nadie sabría decir cual de las dos es.

Todo el mundo quiere ser “alguien” excepto si mismo pero, en ese momento, Jesús quería desaparecer. ¿Se había sentido antes atraído por la esposa de Miguel? No, esa era la primera vez que tal cosa se le pasaba por la cabeza. Posiblemente se debiera al cansancio y al estrés, de modo que resolvió descansar un poco y llamar a Luisa más tarde para que le ayudara a preparar la excursión a la cueva que tenía en mente. ¿Y que había de Marlen? Ya se había olvidado de ella, pero no cabía duda que ella no se olvidaría nunca de él.

Jesús siguió meditando. No había olvidado a quien trataban de salvar y la única posibilidad, luz o solución, estaba enterrada en una gruta bajo tierra.

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