Blog Debaruch

viernes, 22 de enero de 2010

VEINTIUNO

Jesús iba a pasar esa noche como solía pasarlas todas: solo en su casa viendo cine en blanco y negro. Todas las noches diferentes pero iguales. Al parecer... todas la misma. Solamente cambiaban los actores de las películas que veía, y a veces ni eso. “Vamos a dejar de divertirnos para ver a otros como se divierten” se decía al sentarse frente al televisor. Pero esa noche no prestaba atención a los hijos del celuloide, tenía la cabeza dando vueltas a la historia de Miguel. Empezaba a fascinarle que algo así pudiera ocurrir en un lugar como Sometimes.

El timbre de la puerta sonó. Hacía años que alquilaba aquel apartamento, pero la soledad y la falta de visitas le hacía todavía extraño escuchar su propio timbre. Siempre que tenía compañía era femenina, y siempre que era femenina, venía con él cogida del brazo desde un bar. No hacía falta que llamasen a la puerta.

Se levantó sin arreglarse el pelo revuelto y caminó descalzo hasta la puerta por no buscar sus zapatillas entre el desorden. Al abrir se llevó una gran sorpresa. Allá estaba Marlen, alta, femenina, cambiada. Llevaba una gabardina negra hasta los tobillos cerrada por un amplio cinturón de gran hebilla metálica. Fuera debía estar lloviendo pues tenía el pelo y los hombros empapados, aún así no dijo nada, ni pidió permiso para ir al baño a secarse, tampoco preguntó cómo estaba después de su ruptura o cómo estaba sin ella en su vida. Nada. Simplemente dio unos pasos, entró en el salón, y una vez allí desabrochó el cinturón de la gabardina dejándola caer al suelo. Jesús quedó sorprendido al ver que Marlen no llevaba absolutamente nada debajo.

La mujer comenzó a caminar contorneándose hacia Jesús, quien retrocedió hasta caer sentado sobre una silla. Se quedó sin habla y unas lágrimas le cayeron por la mejilla. Estaba avergonzado de sí mismo. Aquel cuerpo había sido suyo, pero ahora no era el momento de verlo en su casa ni en su dormitorio, aunque se muriera de ganas de tocarlo y sintiera el principio de una erección entre sus piernas. El deseo y la carne lo quemaban pero no quería tocar ese cuerpo que se acercaba lentamente.

-Es imposible- dijo Jesús haciendo acopio de toda su voluntad.

-¿Por qué no?- preguntó ella humedeciéndose los labios.

-Porque es imposible. Márchate ahora mismo espectro.

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