Blog Debaruch

sábado, 9 de enero de 2010

OCHO

Miguel encendió su ordenador y colocó el primer montón de papeles que encontró sobre sus rodillas. En esta ocasión el aspirante a novelista se llamaba “Manolo A. Esteban”. La “A” era de Anacleto, y ya solo por el nombre Miguel habría tirado su libro a la basura. Su gran obra se titulaba “Terror en el supermercado”. Nadie en la editorial era capaz de explicarse porqué la mayoría de libros mediocres no solicitados trataban sobre el trabajo actual del aspirante a escritor. “¿Es que la gente de hoy en día ya no tiene imaginación?- pensó -¿Tan demoledora es la labor alienante de la televisión y potentes los medios de entretenimiento para que la gente deje de usar la cabeza?”

-Has dado en el clavo- dijo Jesús al pasar junto a su mesa.

-¿A que te refieres?- preguntó Miguel aturdido. Era imposible que hubiera adivinado lo que estaba pasando por su cabeza.

-A la cena, por supuesto. Es la manera perfecta de que yo conozca tu casa y tú conozcas a mi Marlén. Cenaremos juntos, tomaremos vino y, cuando las chicas estén borrachas, tú y yo nos iremos de marcha.

-¿No salías con Margarita?- dijo Miguel tratando de hacer memoria.

-Tu información es correcta, solo que en lugar de Margarita es Sandra, y en lugar de Salir, es haber roto. Ahora estoy con Marlen.

-Es imposible estar al día de tu vida amorosa. Si lo que quieres es un pretexto para sacarme de bares entonces más vale que Marlen no beba mucho, a no ser que quieras ir solo.

-Venga Miguel, eres muy joven para hacer vida de casado.

-Pero resulta que estoy casado.

En los lugares pequeños, a partir de los veinticinco años la vida se vuelve gris y monótona. Incluso antes. Ya se ha experimentado todo lo que es posible experimentar, conocido a todas las chicas que se podían conocer y generalmente atado a un trabajo que, aun siendo una basura, es suficiente para poder llevar la vida que nos han enseñado a querer. Un televisor cada día más grande y un coche cada pocos años más potente. Con eso se supone que uno es feliz. Jesús era uno de esos raros individuos que amaban demasiado la vida como para cansarse de ella. Había visto como todas sus amistades habían ido muriendo en lenta agonía, estancándose en vidas sin futuro y días cíclicos que se repetían uno a uno como si fueran siempre el mismo. Viejos prematuros, agotados vitales, jóvenes muertos que dejaban paso a adultos.

“La muerte de mi generación”, lo llamaba él, y Miguel era el último amigo que le podía librar de su soledad. Aunque al parecer no estaba muy por la labor.

Jesús tenía varias teorías. Comprendía que al iniciar una vida en común con otra persona pudiera atraerle la idea de emplear todo su tiempo en eso, pero luego, cuando llegase a aborrecerla, cosa que siempre ocurre, entonces ya se había alejado demasiado de sus viejos amigos como para volver al punto donde estaba antes. O dónde le gustaría estar.

Otra teoría no menos desdeñable era la ignorancia. Así como una persona necia no sabe que no sabe, sus amigos carecían de la experiencia necesaria para darse cuenta de que la vida no era eso que les estaba ocurriendo, sino todo lo demás que acontecía a su alrededor. No actuaban en el reparto de la gran obra de la vida, sino que eran miembros del público, viéndola pasar, pero como carecían de algo con que compararlo, para ellos lo era todo. Era lo único.

Ahora, si Miguel dejaba de acompañarle en sus fiestas, Jesús se vería sólo, actuando en un espectáculo con poco reparto y recitando un monólogo.

Eso sí, el patio de butacas estaría lleno.

-Mañana será un buen día para la cena. Es viernes y seguro habrá ambiente por la calle.

-¿Estas loco?- dijo Miguel impactado –la casa todavía esta a medio amueblar y Luisa anda como loca buscando la mesa perfecta para el comedor –entonces puso el montón de papeles sobre la bandeja de salida con su nota: “Sr ............ hemos leído detenidamente su obra y lamentamos comunicarle...”- si hoy mismo le digo que vais a venir a cenar estará preparándolo todo sin descanso durante tres días por lo menos, y aún así le parecerá precipitado.

-Puedes salir un poco antes del trabajo y comprar la mesa hoy.

-Ahora sí me has convencido de que estás loco. ¿Acaso no conoces a Luisa? Que sea una maniática de la limpieza no es un problema en comparación con la manía que tiene de todo se haga bajo sus órdenes. Si compro una mesa por mi cuenta, por muy bonita y perfecta que sea, sin lugar a dudas será la mesa equivocada y tendré que ir a devolverla el lunes.

-¿Es que no te deja hacer nada?

-Sí, claro, me ha encargado decorar el trastero.

-¿El trastero?

-Sí, y con mis propias cosas… supongo- distraídamente Miguel cogió otra novela mecanografiada a doble espacio en DIN-A 4 y la puso directamente en la bandeja de salida con la nota de rechazo.

-¿Otro Quijote?- preguntó Jesús cambiando de tema.

-Y de los buenos.

-Entonces ¿qué vas a hacer? Yo quiero cenar, tú quieres cenar, Marlen quiere cenar ¿Por qué no podemos entonces cenar juntos mañana? Dile a Luisa que si es necesario tomaremos pizza en el suelo de la cocina, pero que no quiero pasar otra noche de viernes sentado con Marlen en el sofá mientras vemos películas románticas que no hacen más llenarle la cabeza con fantasías imposibles que luego harán nuestra ruptura todavía más dramática.

Jesús se quedó aturdido cuando vio como Miguel cogía otro montón de papeles y lo colocaba de nuevo en la bandeja de “salidas”.

-¿Qué pasa? ¿Es que no sabes leer?

-Era la segunda parte del Quijote.

-De eso nada, era “Intenciones fraudulentas”. Una basura como pocas pero el escritorzuelo es persistente y la envía cada semana. Todos la hemos leído varias veces. Si el señor Beltrán se entera que solamente lees el título puede cabrearse mucho contigo. Nos paga para que nos pudramos la mente leyendo mierda, si no fuera tan repugnante lo haría él mismo y nosotros trabajaríamos en recursos humanos.

-¿Tú lees todos los libros que te llegan?

-¿Yo? ¿Me ves babear mientras hablo contigo? Eso es lo que haría si leyese algo más que su final, aparte de llevar las mangas de la camisa atadas a la espalda y dar cabezazos sobre una pared acolchada. Si el final de un libro es malo ¿para que leerse el resto?

-Pues para entender el final.

-Sí, la verdad es que resulta algo confuso a veces.

-Haremos una cosa. Mañana hablaré con Luisa y le diré que vendréis a cenar. Así de simple ¿También es mi casa, no?

-Claro que sí.

-Y yo soy el hombre de la casa ¿verdad?

-Por supuesto.

-¿Pues que tiene de malo que invite a unos amigos a que vean donde vivo? Será algo informal… comida precocinada, cerveza y conversación. Espero que a tu amiga no le moleste un plan tan vulgar.

-¿A Marlen? ¿Bromeas? La primera vez que se subió a un autobús quiso pagar con tarjeta de crédito y pidió al conductor un asiento de ventanilla. Pero si no le gusta el plan es su problema, el mío es que vendrá de todas formas porque eso es lo que se supone haces cuando sales con alguien: seguirle allá donde va.

Miguel se quedó absorto mirando el brillo de la pantalla del ordenador. Leía y releía una y otra vez la carta que tenía allá escrita y por un momento las palabras de Jesús se evaporaron en el aire.

-Sabes- dijo con voz calmada y musical –esta mañana unos vecinos me han contado una historia que sería un buen argumento para un libro.

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