Blog Debaruch

lunes, 25 de enero de 2010

VEINTICUATRO

Jesús convenció a Luisa para que fueran en un solo coche. En verdad, si cada uno fuera con su propio vehículo darían menos la impresión de ser una cita. Jesús conducía veloz mientras no cesaba de hablar. Hay gente que es capaz de hacer eso, mientras, Luisa miraba melancólica por la ventanilla viendo pasar los árboles y dejando que el gélido aire que entraba por la ventanilla le golpease en la cara. Aquello le ayudaba a despejarse.

-Gracias por todo, Jesús- dijo interrumpiendo lo que le estuviera contando -creo que todavía no te lo había dicho, pero gracias.

-No hay de qué. Hay un dicho: O formas parte del problema, o formas parte de la solución, sino, formas parte del paisaje. A mí no me gusta ver pasar la vida desde el patio de butacas. Me gusta actuar en la obra.

Cogieron la rotonda de la calle Héroes de Manacor, después de salir de la vía de cintura, y tomaron la carretera de Son Llatzer. El cielo amenazaba lluvia y unas pequeñas gotas como puntas de alfiler se quedaban estáticas en el parabrisas, tan pequeñas que ni el viento se molestaba en apartarlas.

Luisa cerró la ventana.

¿Qué pasó con aquellos días soleados que les dieron la bienvenida a su nueva casa? Ya era invierno, y hacía frío, pero las mañanas seguían siendo claras como las escamas de un pescado dando los últimos coletazos del otoño. Tuvo un extraño presentimiento, un recuerdo de la última vez que había ido al hospital psiquiátrico de Son Llatzer, hacía tan solo un día. David. Tumbado en su cama a oscuras, inconsciente y, de repente, vivo, aterrador, mirándola y cogiendo su brazo. “No te fíes de él”

“Otra señal- pensó Luisa –quizás la primera de todas” Por un momento dudó ¿de qué? El oscuro señor Huguet vaticinó que las señales precedían al “deforme” pero ¿era posible que simplemente precedieran a su propia locura? Nadie más había tenido las visiones que a ella la atormentaban. Tal vez fueran alucinaciones.

-El otro día fui a un restaurante- oyó decir a Jesús mientras conducía –estaba por el centro y nos sirvieron toda la comida fría, excepto la cerveza... que estaba caliente. Es el problema de esta ciudad, la calidad baja y los precios suben gracias al turismo. Estoy harto de ver carteles que digan “el turista, un amigo, haz que vuelva”. ¿Crees que en otros destinos turísticos la población se baja tanto los pantalones? Y luego están los ecoidiotas amigos de los arboles, que lo único que quieren es convertir la isla en un huerto para satisfacer su rollo agrícola, aunque luego no coman carne porque les de asco matar un pollo y saquen de su bolsillo un teléfono móvil tan pequeño que les provoca otitis cuando se lo llevan a la oreja. ¿Es que no hay término medio?

Luisa comenzó a reír a carcajadas. No supo exactamente cual de las frases de Jesús le hizo más gracia, pero rió tanto que Jesús quedó complacido. Al cabo de un rato, cuando se hubo serenado, estaba tan calmada y tranquila como no lo había estado en días. La temida sombra de una crisis nerviosa había desaparecido después de unas buenas risas. Justo lo que necesitaba.

-¿Por qué ríes tanto?- preguntó Jesús mientras aparcaba -¿te has comido un payaso?

Luisa volvió a reír pero esta vez controlándose. Le dio un codazo en el hombro y salió del coche. Entonces se vio con ánimos de contarle a Jesús lo que creía que eran las “señales”, acontecimientos imposibles pero reales que rompían la lógica como preludio de un acto todavía más irracional, el que estaba por acontecerle a Miguel.

“Locura” fue la primera palabra que le vino a la mente.

Pero no dijo nada.

-Creo que cuando alguien dice la palabra “Sometimes” una vez que ha anochecido, se abre una puerta durante algún tiempo. Bueno, no es una puerta, pero de algún lado vienen fuerzas que hacen que ocurran cosas extrañas, cosas que permiten, por ejemplo, que estos dos niños se comuniquen conmigo. Creo que tienen algo que decirme y podrán hacerlo hasta que mi marido muera. Entonces la puerta volverá a cerrarse hasta la próxima vez.

-Tal vez la puerta no esté abierta todavía- continuó Jesús –tal vez se abra cuando Miguel...

Un doctor de bigote canoso y peinado al rape se detuvo frente a la pareja interrumpiéndoles. Llevaba una bata blanca inmaculada, dos bolígrafos en el bolsillo del pecho y “Llobet” en la insignia.

-¿Luisa Ferrer?- preguntó.

-Es ella- contestó Jesús como si no fuera obvio.

El doctor quedó aturdido por unos segundos y continuó:

-Hemos recibido la llamada de su ayudante y lamentamos comunicarle que, de todos los nombres que nos facilitó, solamente uno continúa siendo huésped de nuestro centro.

-¿Mi ayudante?

En esta ocasión fue Jesús quien le dio un codazo a Luisa en el momento que el doctor no miraba, callándola así de golpe. El doctor hizo ademán para que le siguieran y los tres comenzaron a caminar por un largo pasillo blanco.

-Claro doctora Ferrer- le dijo Jesús al oído -¿o crees que es fácil que te dejen ver a los internos sin ser familia?

-¿Por qué no te has hecho pasar por médico?- susurró Luisa indignada.

-Venga, tú casi lo eres.

El doctor Llobet se giró y en ese preciso instante ambos callaron y sonrieron con falsedad.

-A propósito doctora Ferrer- dijo el autentico doctor –tiene que explicarme como decidió estudiar medicina, ¡y urología! Debe ser apasionante.

Jesús comenzó a reírse de forma elegante. Luisa lo miró enfurecida pero no le quedó más remedio que seguir con el juego.

-Ya ve, una tiene que cambiar su juventud por algo.

-No me cabe la menor duda. Oh, ya hemos llegado -se detuvo delante de una puerta reforzada que daba paso al pabellón psiquiátrico. Allá la luz era mortecina y el silencio más inquietante –Se llama Oriol Sampedro, lo tuvimos aislado durante mucho tiempo. Ya saben, paranoia, alucinaciones... pero desde hace unos años ya esta junto con los demás internos. Si quiere hablar con él para su artículo hágalo ahora, luego llámeme y le pondré al corriente de su caso.

“¿Articulo?” Pensó Luisa, pero no dijo nada. Sin duda se trataba de otra parte de la enrevesada historia que Jesús había inventado para poder hablar con aquel paciente.

La sala era grande y espaciosa. Un grupo de internos, todos vestidos con el mismo pijama de hospital, miraban fervientemente la televisión situada en una esquina, y cuando un enfermero, desde su cómodo despacho de cristal, cambió de canal con el mando a distancia, ellos ni se enteraron. Eran como un grupo de moscas pegadas a una bombilla.

Un par de mesas estaban distribuidas por la habitación, redondas, para evitar esquinas, y sillas clavadas al suelo, para evitar desastres. El mismo enfermero que ostentaba el poder de cambiar el canal les dijo que Oriol Sampedro era el solitario que estaba sentado al fondo, en una de esas mesas. No hacía nada, ni siquiera mirar por la ventana como muchos otros hombres, greñudos y mal afeitados. Oriol no miraba por la ventana, Oriol miraba al suelo de la sala por encima de la mesa, con expresión ausente.

Jesús se acercó primero. Tenía la promesa de un médico de que se trataba de alguien inofensivo pero era la primera vez que se veía en tal situación, de modo que prefirió ser cauto y no exponer a Luisa, aunque estuviera más preparada para hablar con aquel paciente.

-¿Señor Sampedro?- dijo Jesús sentándose en la silla de enfrente.

Oriol levantó la mirada lentamente, con la boca entreabierta y una parsimoniosa lentitud. Jesús se inclinó hacia atrás en su asiento para buscar el apoyo de su amiga.

-¿Esta sedado?- preguntó.

-No tiene pinta. Simplemente cansado- respondió la chica.

Jesús volvió a centrarse en su nuevo amigo Tenía el pelo corto y revuelto, los pómulos marcados y las facciones rectas. Aspecto caballar acusado por la expresión del labio inferior, pesadamente caído. Dos enormes bolsas debajo de los ojos indicaban que sufría algo más profundo que insomnio. Ojeras dobles, triples, era el hombre más cansado del mundo.

-Oriol, ¿puedo llamarte Oriol? Claro que sí. Verás Oriol, hemos venido desde muy lejos porque tenemos un amigo, un buen amigo, que tiene un problema que tal vez usted pueda ayudarnos a solucionar. ¿Le dice algo la palabra “Sometimes”?

En un instante Oriol ya estaba en pié aplastando con fuerza las manos sobre la mesa y gritando- ¡No me deja usted ver el suelo! -enfurecido. Su brusca reacción no pasó desapercibida a los enfermeros y celadores que rápidamente aparecieron por todas partes para echarse encima suyo. Luisa reaccionó enseguida interponiéndose en su camino asegurando que no ocurría nada, que todo estaba bien y que muchas gracias por su rápida reacción. Luisa conocía la política de esos centros, a la que un interno da problemas, primero reducirlo, luego sedarlo. Reducidos y sedados, reducir y sedar.

Con drogas en el cuerpo no podría ni decir como se llamaba, y necesitaban saber mucho más... las cosas que pasaban por su cabeza.

Los enfermeros se retiraron poco convencidos. Durante el resto de la visita estarían pendientes.

-Señor Sampedro, necesitamos saber que ocurre en ese lugar- dijo Luisa –no tenemos ni idea de lo que está pasando pero sea lo que sea matará a mi marido pronto.

-Se siente indefensa- dijo Oriol con voz rasposa.

Ambos se quedaron sorprendidos ante la calma y templanza de sus palabras. Suavemente volvió a sentarse. No parecía en absoluto un demente, más bien una persona reservada, dotada de inteligente mirada y refinados movimientos. No era su carácter lo extraño, sino lo que le rodeaba: una sala de hospital y una cara con pelo revuelto y dientes negros y amarillos.

-Cuando sabemos qué hacer para librarnos del dolor, lo hacemos inmediatamente- dijo entonces Oriol -pero cuando el dolor no tiene atajo, cuando hemos aprendido de cien maneras diferentes que no hay manera de evitarlo, entonces nos tumbamos y lloramos. A esto se le llama indefensión aprendida y es justo lo que ocurre en “aquel lugar”. No espere que le diga nada que alivie el dolor de esa indefensión.

Luisa se dio cuenta de que, como todos los que han vivido en Sometimes, trataban de evitar su nombre.

-¿Ni siquiera podría contarnos lo que le pasó a usted?

-Ya lo sabrá- empezó a sonreír maliciosamente –sólo debe ser paciente. No es la única que ha intentado detenerlo, todos lo hemos intentado en algún momento- hizo una pausa -Mi esposa se llamaba Marta, la quería más que a nada en este mundo y nos mudamos a aquel maldito lugar cuando nuestro hijo fue a la universidad. Nos pareció una buena idea, después de trabajar como animales toda la vida, el permitirnos una casita en una urbanización de campo. No recuerdo cuando, pero lo dijo, y yo pensaba que bromeaba, pero luego vinieron las señales, el señor Huguet y el deforme. Dios sabe que hice todo lo posible, pero finalmente sólo pude tumbarme a llorar. Desde entonces eso es lo que hago aquí: llorar.

-¿Qué hizo para salvarla? La indefensión aprendida, ¿recuerda?, hay que darse cuenta de que no hay manera de evitarlo. ¿Cómo se dio cuenta usted?

-Encontré el camino que le hace salir del suelo. Dígale al doctor que le deje ver mis cosas, encontrará entre ellas un papel con una dirección, allá es donde los malditos como nosotros dejamos lo que aprendemos.

-¿A que se refiere?

-Seguro que han estado investigando, todos lo hemos hecho. Hace muchos años otros como nosotros empezaron esta investigación. Si quiere saber hasta donde llegaron en conocimientos encuentre esa dirección y entonces ustedes también empezaran a vigilar con temor el suelo. Una última advertencia, no esperen que ese pobre infeliz muera sin más. No se le va a caer una maceta en la cabeza o acabar bajo las ruedas de un coche. Habrán visto fotos de las víctimas... yo tengo una de mi mujer y su perro después de morir, se detestaban pero siempre iban juntos. Pídanle al doctor verlas también. ¿Conocen los umbrales del dolor? Estoy familiarizado con ellos desde hace cierto tiempo, me fascina como un nervio debe tener una estimulación suficiente para que se dé una activación cortical. De hecho, los nervios o se activan o no se activan, o sentimos o no sentimos, pero no se activan “un poco”. Siempre que lleguemos al umbral mínimo se activará del todo. Luego, el estímulo va decayendo poco a poco. “Ellos” son capaces de hacer que el umbral esté siempre alcanzado, siempre activado, que el impulso nervioso no caiga nunca, que el dolor sea continuo y cada vez mayor para que no exista habituación- Luisa se dio cuenta de que Oriol había empezado a divagar. Mientras hablaba sus ojos se movían frenéticos de un lado a otro tratando de escrudiñar todas y cada una de las baldosas negras y blancas del suelo –esa es solamente una de sus cualidades. No, la muerte en ese lugar no es una muerte de este mundo.

Comenzaron a levantarse poco a poco, sin movimientos bruscos, y se alejaron del paciente. Jesús se despidió con un “Hasta luego Uri” pero el señor Sampedro estaba demasiado atareado hablando consigo mismo sobre los umbrales del dolor.

Llamaron al doctor Llobet y le pidieron ver las pertenencias del paciente en el momento de ser ingresado. Les hicieron esperar en medio del pasillo mientras un auxiliar marchaba a por las cosas de Sampedro. Tardó escasos minutos y regresó con una caja de cartón llena de trastos. Una maloliente camisa, unos pantalones de pana, la cartera de piel gastada y una fotografía con una dirección escrita en el reverso. Jesús aprovechó un momento de distracción para llevarse la polaroid al bolsillo.

En ese preciso momento Luisa vio como la enfermera Diana se dirigía hacia ellos desde el fondo del pasillo. Aquella mujer sabía que no era ninguna doctora por lo que debían evitarla.

-Ha sido un placer conocerle doctor Llobet- dijo con prisas –no dudaré en mencionarle en mi artículo pero ahora debemos marcharnos rápidamente.

A Jesús le extrañó la prisa de su compañera, pues todavía no habían ido a ver a David, pero viendo el ansia y el nerviosismo con el que se movía la joven, supuso que buenas razones tendría para hacer esa evasiva. Escaparon por otro pasillo.

-¿Qué hacía esa mujer aquí?- preguntó la enfermera Diana al doctor Llobet.

-Era la doctora Ferrer, Uróloga. Está haciendo un apasionante estudio comparativo entre las enfermedades mentales, físicas y psicosomáticas.

-Esa mujer no es Uróloga sino graduada social.

El doctor Llobet se quedó sin saber qué decir, hasta que no le quedó más remedio que aceptar el hecho de que le habían tomado el pelo.

-Valla, trabajan menos y cobran más- meditó –además nunca ven sangre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Datos personales