Blog Debaruch

lunes, 11 de enero de 2010

DIEZ

Jesús llegó a Sometimes media hora más tarde de lo que le había indicado Miguel. No fue su intención. Alguien había retirado todos los carteles e indicaciones de la zona, por lo que se convertía en una autentica proeza encontrar la urbanización en plena noche y por aquella red de callejuelas entrecruzadas que no conducían a ninguna parte. Finalmente vio una carretera demasiado estrecha para ser de dos direcciones, estaba bordeada por abetos hábilmente plantados en línea para ocultar el terreno que se extendía tras ellos, pero pudo distinguir entre las ramas de su follaje las luces de Sometimes. Supo entonces que habían llegado.

Jesús dejó atrás aquella alta hilera de árboles que lo separaban del resto del mundo.

-Esta demasiado oscuro- dijo Marlen.

Lo peor de haberse perdido intentando encontrar la casa de su amigo no era el dar vueltas y más vueltas sobre el mismo eje, sino soportar en el asiento del acompañante los inútiles comentarios y quejas de Marlen, con su voz aguda y estridente.

-Está demasiado lejos.

No era consciente de que no había parado de hablar desde que subió al coche. Es lo que suele ocurrir, si la gente se diera cuenta de lo irritante que es, trataría de poner remedio. El problema es que no lo saben, y a los demás les trae absolutamente sin cuidado el encargarse de recordárselo.

-Hace demasiado frío.

Llega una edad en que uno se abstiene de cambiar a las personas, puedes aceptarlas o no aceptarlas, pero cambiarlas nunca. La vida ya ha tenido tiempo para ello y si no lo ha hecho ya, es de suponer que cualquier esfuerzo por nuestra parte será una perdida de tiempo.

Marlen hablaba demasiado, pero era muy buena en la cama, no tanto como Elizabeth, la de los pechos hermosos, pero lo suficiente como para que Jesús la aceptara a su lado de ese modo en que se aceptan los vales de un supermercado. No te gustan, pero son gratis.

-Hace demasiado frío. ¡Hey, estamos en un pueblo! No me gustan los pueblos.

-No, cariño, esto no es un pueblo- dijo Jesús con paciencia –está a años luz de parecerse a un jodido pueblo.

-Es verdad, es demasiado pequeño.

Y dijo:

-Es demasiado nuevo.

Todo era demasiado “algo” para ella, por lo que Jesús estuvo a punto de tirarse de los pelos incluso del sobaco. La chica movió el espejo retrovisor y lo orientó hacia sus labios, luego comenzó a poner muecas para ver si se le había corrido el carmín.

-Está demasiado vacío, no hay nada. Tienes razón, cielo, esto es mucho peor que un pueblo.

-Yo no he dicho eso- Jesús echó el vehículo a un lado y apagó el motor tras dar con las ruedas contra el bordillo. Cuando apagó las luces se dio cuenta que la farola que tenía delante también estaba apagada, como todas las de esa acera –Las urbanizaciones como esta tienen la ventaja de ser tranquilas y estar a pocos minutos de la ciudad- salió del coche y cerró de un portazo. Marlen esperaba a que Jesús le abriera la puerta como un caballero, él lo sabía, por eso se regocijó en ir hacia la casa y tocar el timbre dejándola encerrada en el coche –son ideales para tener perros y niños y pasar una vida aburrida y monótona- continuó -No hay que preocuparse de los accidentes ni de los ladrones, tan solo de que no se te quemen las tostadas –Marlen salió enojada del vehículo y, cuando Jesús escuchó cerrarse la puerta del auto, sacó el mando y lo cerró -Pagas una millonada para que una empresa privada se lleve de aquí tu basura y parte de tu sueldo se va a engrosar el sueldo de un vigilante, unos jardineros y, a veces, incluso algún Guardia Civil.

Jesús le explico a Marlen que suelen estar tan alejadas de las ciudades que en ocasiones entran en conflicto con las comunidades vecinas, pues ningún ayuntamiento quiere hacerse cargo de ellas. Explicó que si se encuentran ubicadas en una región pero tienen más cerca los comercios y las tiendas de otra, normalmente es allí donde sus habitantes van a gastarse el dinero, pero la región donde está debe encargarse de su mantenimiento aunque la gente entregue su dinero a otro ayuntamiento, por eso se las quitan de encima. Jesús le contó todos los problemas que tienen a raíz de que un constructor encuentre terrenos baratos en los lindes de una zona y demás percances que Marlen no comprendía. Se lo explicó velozmente, todo durante los segundos antes de que Miguel les abriera la puerta.

Lo hizo sonriente y lleno de orgullo. Apareció en la entrada como quien abre el cofre de las maravillas, con una sonrisa de oreja a oreja, vestido con ropa cómoda y zapatos ligeros.

Demasiado vulgar para esa casa, demasiado original para estar alienado.

Luisa apareció tras él con una no menos sorprendente mueca de felicidad en la cara. Tenía los labios muy estirados. Jesús se preguntó si debían dolerle por el esfuerzo, y justo cuando se disponía a soltar algún cumplido a los anfitriones, Marlen se adelantó poniéndose frente la puerta diciendo:

-Que pueblito más encantador, debe ser el lugar perfecto para vivir.

Y Jesús se alegró que fuera ella quien hablase porque, puestos a ser hipócritas, mejor que lo haga una profesional.

-Muchas gracias, nosotros pensamos lo mismo- dedicó una amorosa mirada a Miguel y continuó –pasad, pasad, tú debes de ser Marlen. Hemos oído hablar mucho de ti, yo soy Luisa, la esposa de Miguel.

De repente a Miguel la palabra “esposa” le recordó las pulseras de acero que les ponen a los delincuentes cuando no quieren que se escapen.

-¡Es fantástico! ¿No te parece fantástico Jesús?- dijo Marlen.

Jesús asintió y entraron todos dentro.

En verdad Miguel no había exagerado. La construcción en la que se encontraban tenía muchas posibilidades pero quedaba aún mucho por hacer. Tenía todo lo considerado “indispensable” para vivir y algunos muebles sabiamente escogidos que denotaban el futuro carácter que iba a tener la casa en su conjunto, pero todavía faltaban toda esa serie de trastos acumulados que le dieran el apelativo de hogar. El recargado barroco de los años, las esquinas donde es difícil llegar con la escoba... le faltaba todo eso.

Después de un rápido recorrido por las habitaciones, y de una breve pero concreta explicación de Luisa acerca de qué esperaba hacer con cada una de ellas, los cuatro regresaron a la cocina, donde se sentaron a la mesa a la espera de dos cosas: La cena y una conversación.

La primera se estaba calentando en el horno mientras la segunda se hacía de rogar entre cumplidos. Un hecho curioso del que Jesús ya se había percatado era como las parejas, ya casadas y establecidas, ponían todos sus empeños en que sus compañeros y amistades entrasen también en la vida de los casados y establecidos, asunto que, huelga decir, a Jesús no le atraía lo más mínimo. ¿Era en verdad tal la generosidad de Jesús y Luisa, así como de todas las demás parejas del mundo, que después de haber descubierto el secreto de la felicidad no podían estar sin desvelarlo a todo el mundo? ¿O era simplemente un egoísta mecanismo de defensa de quienes no sabían donde se habían metido y necesitaban que todos se subieran al mismo barco por si se hundía caer todos juntos? De lo que no había duda era de que Jesús, a partir de los treinta, al decir a alguien que estaba soltero siempre provocaba, sin saber el porqué, una extraña lastima. “Lo siento” era la frase que más había escuchado durante ese último año, y probablemente por eso comenzó a salir con Marlen. Ahora la frase había cambiado y se convirtió en “¿Y vosotros cuando?”.

Y vosotros cuando os compraréis una casa.

Y vosotros cuando os iréis a vivir juntos.

Y vosotros cuando pensáis casaros.

Jesús no quiso ni pensar qué ocurriría cuando su generación comenzase a tener hijos.

-El otro día me encontré con Virginia, ¿recuerdas? De la universidad- empezó a contarle Jesús a Miguel una vez se hubieron acomodado -Me entraron unas ganas locas de tirármela otra vez.

-¿Otra vez?

-Sí, en la universidad también tenía ganas.

Miguel se echó a reír. Todas los chicos de la clase estaban enamorados de Virginia, incluso él mismo había fantaseado con ella en más de una ocasión.

-¿Y cómo estaba?

-Embarazada- espetó como si fuera un insulto -Le pregunté si era mío y lógicamente me respondió que no, que eso era imposible por la sencilla razón de que hacía años que no nos veíamos... y pasando por alto el inconveniente de que nunca nos habíamos acostado, a lo que yo respondí que había fantaseado con ella tantas veces que vete a saber. Y sigo pensando que hay alguna posibilidad.

En ese momento entraron las chicas.

-Ayer le conté a Jesús aquella extraña historia de los vecinos- informó entonces Miguel besando la mano de su esposa –insistí en que era una tontería pero mejor que no dijera la palabra porque tú estabas muy asustada.

-Eso no es verdad, no estoy asustada- dijo Luisa algo enojada -simplemente estoy algo preocupada, eso es todo. Y tampoco tenías porque ir contándolo por ahí.

Jesús dio un beso en la mejilla de Marlen y esta le agarró por la cintura. Estaban los cuatro sentados alrededor de la mesa esperando que la cena estuviese lista cuando comenzaron con esa ridícula competición de quien quiere más a su pareja. Un abanico completo de besos piropos, caricias y abrazos.

-Aprecio mucho el hecho de que me lo contara- dijo Jesús -es una historia escalofriante, y eso que ambos estamos acostumbrados a leer muchas novelas escalofriantes. Probablemente la gracia sea que esta en particular puede ser cierta.

-¿A qué historia os estáis refiriendo?- preguntó Marlen.

-¿No se la has contado?- dijo Miguel mientras posaba la mano sobre el muslo de su esposa –es peligroso que esté aquí, de noche, sin estar “advertida”- luego se rió y entonces todos le siguieron. Luisa por puro nerviosismo y Marlen simplemente por seguir la corriente al no entender nada, como quien se ríe de un chiste siendo el único que no lo ha entendido.

Jesús se detuvo, y entonces concluyó:

-No la he advertido porque tenía la esperanza que dijera la palabra. Sería más sencillo que Marlen muriera que no tener yo que romper con ella.

Volvieron a reír todos, ahora con cinismo. Era una de las típicas frases de Jesús, arrogantes y con capacidad de hacer sentirse incómodos a todos los presentes, aunque, en esta ocasión, y muy en el fondo, hablara en serio. Por decir eso se ganó un puñetazo en el hombro por parte de su novia, luego, arrepentida, Marlen le resarció con un beso.

-¿Cuál es esa historia de la que nadie quiere contar nada?- preguntó intrigada.

La campana del horno sonó rompiendo el silencio y Luisa se levantó agradecida y ligera. Cogió un trapo para no quemarse y abrió la portezuela del horno. El calor y el olor de las patatas inundaron la cocina bajo las frases de regocijo de sus invitados, cuya única función no era otra que cambiar de tema. Se mezclaron aplausos con sonidos de tripas. Jesús recordó a Miguel que esa debía ser una cena informal y que no tenían porqué haberse molestado en un menú tan elaborado, a lo que este contestó que para Luisa no existían las llamadas cenas informales. Ese plato, junto con una ensalada, se convirtió en la comida basura que Jesús esperaba cenar esa noche.

Al cabo de un rato, como si el preso recordase al carcelero que había llegado la hora de su ejecución, Marlen volvió a sacar el tema. No podía soportar ser la única que no supiera de qué estaban hablando todos con aquellas evasivas palabras y secretas miradas.

-¿Cuál es la palabra que no se puede decir?- dijo interrumpiendo una charla cada vez más animada gracias al vino.

Jesús hizo sonar su copa con un cubierto y dijo:

-Propongo que hagamos la prueba con mi querida Marlen. Como vemos, ella misma se presta voluntaria para disipar nuestras dudas. No es que sea valiente ni mucho menos, pero es la persona más ingenua que conozco y, por lo tanto, nos sirve igual- se volvió para mirar a su novia, que tenía una expresión confundida, como sin saber exactamente si debía enfadarse o hacer una reverencia -Cariño, ¿quieres ayudarnos a resolver este dilema? No tienes que hacer nada, no tienes que saber nada, de hecho, si supieras la historia completa probablemente te echarías atrás. Simplemente tienes que decir en voz alta la palabra que voy a escribir en esta servilleta. Dime, ¿te atreves?

Ciertamente es difícil diferenciar a un valiente de un ingenuo.

-¿Y luego que?

-Nada. Eso es todo.

Marlen dudó por un momento. Aquello era demasiado simple, demasiado extraño. Se incomodó y permaneció callada. Luisa mostró sus quejas en voz alta, no quería volver a oír hablar sobre aquel tema y parecía que desde que se hubieran mudado no discutieran sobre otra cosa. De aquella manera en que le asustaban las películas de terror, aun sabiendo que nomás eran películas, a Luisa le asustaba aquello, de modo que continuó con sus quejas, aunque en un tono algo burlón, para evitar que nadie se percatara de su espanto.

-Vamos a zanjar este tema para siempre, cariño- dijo Miguel pasándole un bolígrafo a Jesús.

Las servilletas eran de papel porque Luisa todavía no había encontrado las idóneas que conjuntaran a la perfección con la vajilla, por lo que tratándose supuestamente de una cena informal, había accedido a aquella pequeña vulgaridad.

A Jesús le costó horrores extenderla, y cuando finalmente comenzó a escribir sobre ella, la punta del bolígrafo atravesó el delgado papel clavándose sobre la mesa dejando sobre ella un pequeño garabato azul. Todos miraron con expectación la servilleta hasta que aquel altercado hizo que fijasen su atención en el rayajo de la mesa.

-No es la nueva, ¿verdad?- expresó Jesús casi como un deseo.

-Nos la traen el sábado y es para el salón- dijo Miguel, y dijo -Pero esta también es nueva. Nuestra nueva mesa de la cocina. Estas en una cena de inauguración, ¿recuerdas? aquí todo es nuevo.

Jesús pudo ver por debajo de la sonrisa de Luisa una mueca de dolor, como si le hubieran clavado ese bolígrafo en la espalda. Para hacer realmente feliz a Luisa, todos deberían haber entrado con guantes de látex y patucos. Jesús continuó entonces con más cuidado y finalmente tuvo la palabra correctamente escrita sobre el papel. Lo levantó, lo plegó como si fuera una carta y se lo entregó a Marlen, quien la sostuvo en sus manos observándola llena de incomprensión. Luego abrió con cuidado el papel y leyó mentalmente lo que ahí ponía.

-¿Y tengo que decir “esto” en voz alta?- todos la miraban en silencio.

-Y luego, ¿qué pasará?

Nadie supo qué responder.

“Probablemente nada” era la primera frase que venia a la mente.

-Probablemente nada- dijo Jesús.

-Esta bien, lo haré. Es muy sencillo- Marlen se humedeció los labios y puso el semblante firme -Vosotros queréis que diga esta palabra y yo la diré… inmediatamente después de que me expliquéis el porqué.

Se le pasó por la cabeza no preguntar, se le pasó por la cabeza gritar “¡SOMETIMES!” únicamente para averiguar el motivo de tanta reverencia, la razón intrínseca de que tuvieran que oírlo de sus labios. Muchas fueron las cosas que pasaron por la ingenua cabeza de Marlen, pero justo cuando tenía la palabra en la punta de la lengua, y en su cabeza daba vueltas una y otra vez su perfecta pronunciación, la curiosidad se vio superada por la indignación. La misma rabia que había sentido minutos antes al darse cuenta que era la única que no se enteraba de la conversación, la única de la mesa que no sabía de qué iba la historia.

¿Por qué seguirles la corriente? ¿Por qué jugar con sus reglas? Tenía demasiado orgullo como para obviar que tal vez se estuvieran burlando de ella, demasiado orgullo como para admitir que era una persona ingenua y demasiado amor propio para aceptar que todo lo que había conseguido en la vida era gracias a su padre rico. Marlen era de esas personas que se creían inteligentes de la misma manera en que todos creen serlo, Marlen era de las personas que sabía que el mundo estaba lleno de estúpidos y, sin embargo, no creía ser uno. En resumidas cuentas, era Marlen.

Ofendida en su amor propio cuando se la colocaba al mismo nivel que la gente normal sin siquiera sospechar que tal vez estuviera por debajo.

-No voy a decir esa estúpida palabra. Ahora, Jesús, quiero irme a casa.

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