Blog Debaruch

sábado, 2 de enero de 2010

UNO

Ciara estaba sentada en la pequeña silla del salón, aquella a la que había recortado las patas unos centímetros para que no le costase tanto levantarse. Desde allá todo parecía más elevado, y también desde allá, guardaba sus secretos.
Una pequeña estufa eléctrica calentaba sus viejos huesos y sobretodo la manga de su maltrecho jersey que prácticamente estaba ardiendo, aunque apenas se diera cuenta de ello. Aquel iba a resultar un invierno muy frío. La humedad, tan común incluso en verano, se condensaba en las ventanas haciendo imposible ver a través de ellas. La tarde pronto alcanzaría esa triste hora en que, unos meses atrás todo era sol y, ahora, completa noche cerrada. Llovía constantemente, a veces en forma de neblina que lo mojaba todo a su paso, como la invasión de una nube de rocío, otras, con pequeñas y dispersas gotas que iban a alojarse sobre las hojas de los árboles para luego caer indecisas y, por las noches, la lluvia era tan espectacular que daban ganas de sentase en la ventana durante horas.
Y escucharla, sobre todo escucharla. Pues en Sometimes siempre estaba todo en silencio.
Marc entró en la habitación con una mano en los riñones y otra en la pared. Había perdido todo el pelo excepto en las patillas y el cogote. En compensación, los años le habían dotado de unas pobladas cejas grises y larga pelusa en las orejas.
-¿La espalda otra vez?- dijo la anciana.
Era poco mayor que Marc, apenas unos años, pero su rostro estaba menos castigado y su reuma era menos galopante.
-La espalda otra vez- afirmó Marc.
Ciara se levantó con esfuerzo y camino a cortos pasos hasta la ventana. Las gotas resbalaban generosas al otro lado del cristal con un sonido continuo sobre los matorrales del jardín. Un relámpago en el horizonte iluminó la calle y por un momento pudo ver las nuevas casas que habían construido frente a su puerta.
-Deberías sentarte un rato y descansar- dijo sin dejar de mirar la oscuridad del exterior.
Dentro de la casa la luz eléctrica era amarillenta. Olía a rancio y a orín. Por las rendijas de la ventana se colaban pequeñas ráfagas de aire frío y otro olor peculiar... el de tierra mojada.
-Han empezado a vender las casas de enfrente- dijo Marc sin hacer caso de la recomendación de Ciara –Esta mañana, cuando regresé del medico, había desaparecido el cartel de “Se vende” justo en esa, la que tenemos enfrente.
Ciara se giró calentándose las manos con el delantal.
-Siéntate o mañana no podrás levantarte.
Marc se quedó mirando la pared, pensativo. Nada en particular le rondaba la cabeza, pero siempre la tenía ocupada, como si después de años solucionando los problemas de los demás fuese ahora incapaz de dejar de hacerlo.
-Déjame tranquilo. Tengo que moverme, si no me duele más- caminó con dificultad hasta el televisor y lo puso en marcha. El azulado reflejo del aparato se sumó a la amarillenta luz de las lámparas. Dentro de poco Marc acabaría sentándose, pero no podía tolerar que le dieran consejos, aunque fueran de su mujer y aunque fueran buenos. Los años crean personas cascarrabias –No entiendo como alguien puede querer comprarse una casa aquí.
-Sabíamos que tarde o temprano ocurriría. Llevan un año con las obras y hay más de veinte casas nuevas. Estos son sólo los primeros, pronto vendrán más.
Marc se sentó con dificultad, suspirando profundamente con una expresión mezcla de conformismo y cabreo dibujada en el rostro que advertía de no querer escuchar ninguna palabra de júbilo o reproche. Ciara simplemente se quedó plantada en medio del salón mirando como su marido se acomodaba.
-Toda esta mañana la he pasado viendo el camión de la mudanza, creo que es una pareja joven. Será difícil hacerles entrar en razón.
-Tal vez no debamos decírselo- Marc conocía el alcance de sus palabras y aún así las pronunció como si no significaran nada. Con total desapego, como lo haría alguien hablando de sacrificar a un perro –hace cincuenta años que vivimos aquí y nunca hemos tenido problemas con “eso”.
-¡Porque nosotros estábamos advertidos!- dijo Ciara frotándose con nerviosismo el delantal–deberíamos preguntar qué opinan los demás vecinos.
Marc permaneció en silencio. Ciara fue hasta la cocina y puso la cazuela del mediodía en los fogones encendidos. Pronto la cocina se llenó del olor reconfortante de patatas estofadas y carne.
El reloj colgado sobre la nevera estaba demasiado alto como para ponerlo en hora, marcaba una más de lo que convenía, pero bastaba con saberlo para no confundirse. Si las pilas llegaban hasta la primavera… entonces ese reloj adelantado volvería a dar la hora correcta. En televisión, un atractivo hombre trataba de averiguar quien era su madre biológica y, encima de la mesa, varios periódicos atrasados servían de entretenimiento cuando no había nada más que hacer. La lluvia amainó por unos instantes y luego volvió a golpear con fuerza. El tiempo iba a ser igual toda la noche; ráfagas de lluvia y ráfagas de viento. Lo peor de todo era pensar que, de ahora en adelante, cada día iba a ser peor. Las verdades absolutas siempre son desalentadoras. Había tantas posibilidades de que se saltaran aquel invierno como de volver a cumplir cincuenta años.
Entonces Ciara se acomodó en su pequeña silla de patas serradas con la manta sobre las rodillas y miró a Marc. El telediario terminó, ahora estaba adormilado frente a una película que no entendía. Pronto comenzó a sentir el reconfortante ardor de la estufa sobre su brazo y descansó la vista por unos minutos mientras reflexionaba sobre lo rápido que había pasado la vida y la incógnita de lo poco que restaba por venir.
-¿Quieres que nos marchemos?- preguntó de repente Marc, sorprendiéndola.
Ciara casi se había dormido. No le costaba nada conciliar el sueño, pero si no se acostaba después de las once luego no había forma de dormirla. Marc era diferente, pasaba las noches en ese estado de somnolencia del cual es difícil saber cuando se está dormido y cuando despierto.
-¿A que viene eso ahora?- dijo Ciara incrédula.
-¿Quieres que nos marchemos?
-¿A dónde?
-No sé. Se me ha pasado por la cabeza.
-Será mejor que te vayas a la cama.
Marc permaneció callado, sabía a lo que se refería Ciara. Con los años habían llegado a conocerse mucho mejor de lo que quisieran. Permaneció un segundo inmóvil, con la vista fija en el televisor y, al cabo de un rato, empezó a revolverse en el asiento hasta lograr ponerse en pié. Tras varios quejidos fue hacia el cuarto. Al llegar al marco de la puerta se dio media vuelta y observó a Ciara con severidad.
-No me trates como a un viejo.
Su mujer comenzó a reír haciendo que su generoso pecho saltara bajo el yérsey. Marc esbozó una ligera sonrisa y siguió caminado.
-Este lugar está maldito y, respecto a los nuevos vecinos, es difícil mantener un secreto así. Mañana ya decidiremos qué hacer.

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