Blog Debaruch

viernes, 5 de febrero de 2010

TREINTA Y CINCO

Era lo más valiente que había hecho nunca, aunque tal vez no lo más sensato. Luisa no dejaba de pensar que era Jesús a quién había dejado aturdido en el suelo. Su amigo. Tal vez lo había matado. Escapó tan rápido que no sabía lo que dejó atrás. Su respiración era entrecortada y sus pasos inseguros, el haz de luz de su linterna oscilaba de lado a lado con cada paso y, cuando la pendiente se hizo pronunciada, sus piernas ya no respondían. En ese instante, el momento más feliz de su vida dejó de ser su ceremonia de boda, ni la primera vez que besó a un chico o cuando perdió la virginidad aquella tarde de verano bajo un árbol del picnic. En ese instante, el momento más feliz de su vida fue cuando pudo ver las estrellas brillando por la salida de la cueva. En ese momento, y a sabiendas que nadie la seguía, se sintió por primera vez a salvo. Aquella había sido una carrera contra sí misma, pero ¿estaría Jesús bien? No, no podía estarlo después de aquel golpe.

Al respirar el aire fresco del bosque sus pezones se pusieron erectos. Descansó un poco y atravesó el túnel de matorrales secos y zarzas punzantes hasta encontrar de nuevo el camino hacia Sometimes. De noche todo parecía distinto. Los árboles, las piedras, el sendero. En verdad era como si nunca hubiera pasado por allí y en verdad no le importaba. Se guiaba por el reflejo de las luces de la urbanización sobre las nubes.

¿Había matado a Jesús en las entrañas de la tierra? ¿Yacía su cuerpo moribundo en la oscuridad de una profunda tumba donde nadie le socorrería nunca? ¿O se encontraba bien y simplemente había decidido dejarla escapar?

No podía saberlo. Nunca había atizado a nadie por lo que desconocía la gravedad de un golpe como aquel. Finalmente resolvió que, de no tener noticias de Jesús al día siguiente, llamaría a la policía para que lo sacaran de aquel agujero. Vivo o muerto.

Luisa llegó a su casa a media noche. Miguel estaba despierto en el sofá, que ya tenía la silueta de su trasero grabada en los cojines. Como siempre, no miraba nada en especial, cualquier cosa que hubiera en la televisión le venía bien, y normalmente eran anuncios de teletienda. Cuando Luisa entró en casa gritando, sucia y empapada, Miguel no hizo otra cosa que preguntarle sin interés alguno qué le había pasado.

-Ha sido Jesús- dijo ella -creo que ha intentado matarme.

Miguel se puso en pie tratando de parecer afectado, cuando su mente todavía le impedía tomarse en serio cualquier cosa. Tenía la frialdad de quien finge interés, pero Luisa necesitaba creer que ese interés era real.

-¿Qué quieres decir?- pregunto con falsa preocupación -estas bien ¿no?

-Sí cariño, estoy bien, pero tendría que haberte hecho caso. Es largo de explicar. Creo que mató a su novia, a Marlen, y hoy me ha llevado a un lugar donde quería hacerme lo mismo.

-¿Estas segura?

-No lo se.

Miguel la abrazó con fuerza y ella se calmó entre sus brazos, como si finalmente hubiera vuelto a casa, como si estuviera en su hogar. El hombre que amaba, el que tenía solucionado el problema de Sometimes... en quien depositaba toda su confianza.

-Siempre he sospechado que Jesús era un psicópata- dijo Miguel dejando que Luisa llorara en su pecho –puede incluso que la historia de Sometimes no sea más que una mentira, que Jesús colocara todas las pruebas para que te creyeras el cuento, la coartada perfecta para acabar contigo y con su novia y así conseguir que yo volviera a salir con él como antes. Jesús se quedó sin amigos hace tiempo, yo era lo último que le quedaba y por tu culpa ya ni eso. Suena estúpido, pero un psicópata no necesita más para matar a alguien, basta con que le estorbe en sus propósitos.

-¿Y la historia de Ciara y Marc?

-De ser cierta, la señora Concha me dio la solución. De ser falsa, Jesús se sirvió de ella para llegar hasta ti. Debemos llamar a la policía para que lo arresten y no pueda acercarse a nosotros nunca más.

-Creo que lo he matado.

Miguel ni se inmutó. Llevó a su esposa hacia el sofá y la tumbó cariñosamente mientras se arrodillaba a su lado. Tras un frio beso, le agarró de la mano y acarició su pelo hirsuto.

-Entonces que nada salga de aquí hasta que estemos seguros de eso. Cuando te hayas repuesto, sube arriba, dúchate y cámbiate de ropa. Luego quiero que duermas tan profundamente como el océano. Mañana te levantarás como nueva y no irás a trabajar. Jesús no tiene a nadie y nadie le echará en falta durante un tiempo. Si al cabo de unos días tenemos noticias suyas lo primero que haremos será llamar a la policía contándolo todo, hasta entonces, te necesito a mi lado en todo momento. En todo momento. Nadie volverá a separarme de ti, nadie, porque te necesito como nunca y lo sabes. Si Jesús se atreve a aparecer por aquí, antes de avisar a la policía yo mismo acabaré con él.

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