Blog Debaruch

miércoles, 17 de febrero de 2010

CUARENTA Y DOS

Todo esto le pasó a Miguel por la cabeza la semana pasada. La historia pasó de ser una fantasía a una cruel realidad ¿Y si en verdad llegaba el momento en que tuviera que elegir entre su vida o la de su esposa? ¿Qué haría?

El dormitorio de la señora Concha olía a cerrado. Su única ventana tenía tanto polvo en la repisa que daba a entender que nadie la había abierto en años. El cristal, sucio y grasiento, las paredes, con enormes manchas de humedad que tomaban formas fantásticas. No veía el momento de largarse de aquel lugar con Luisa, que estaba en la habitación contigua hablando con Ciara. Podía oír sus voces.

-No hay forma de evitar la muerte- le dijo la señora Concha -pero puede burlarse presentando otra persona en el momento de la ofrenda si además pronuncia estas palabras- Concha le pasó algo incomprensible escrito en un papel -Tengo tu promesa de silencio. Yo me cambié por mi marido, así que supongo que tú lo harías por Luisa. Cuando llegue el momento, toma una decisión, o tú o ella. Pero ten en cuenta que si dices algo o das la más mínima pista a Luisa de todo esto, puede que no esté dispuesta a permanecer a tu lado cuando vengan a por ti. Yo fui quien dijo la palabra quince años atrás, y aquí me ves, prueba de que el sortilegio funciona, otra cosa es que quieras usarlo, pues te aseguro que mi marido está muerto y bien muerto, pero yo también.

Miguel se quejó de mil formas distintas. No era eso lo que había venido a buscar esa mañana a la casa de la señora Concha. Había recibido una visita intrigante que desapareció como por arte de magia y necesitaba saber dónde había ido, averiguar si el señor Huguet era o no un vecino de la urbanización. La broma había llegado demasiado lejos.

Concha continuó explicándole lo terrible que iba a ser su muerte, lo serio de su situación y la condena a la que se enfrentaba. Todo era increíble, impensable, inimaginable. Pero Miguel se lo creyó por un segundo, y esa duda comenzó a crecer en su mente haciéndose cada vez más fuerte.

-Cuando llegué a este lugar- continuó diciendo la señora Concha -y me encontré en la terrible situación en la que estás tú ahora, el hombre que vivía enfrente de esta casa me confesó que había visto un libro, uno que su abuelo arrancara de las manos de un muerto. Allá se contaba como el hombre a quién buscas, el señor Huguet, se enterró vivo con sus adeptos para alcanzar el cielo. Los ángeles a los que rezaban les encontrarían en aquel oscuro lugar y así lograrían la inmortalidad rodeados de amor y placeres. La religión que Huguet predicaba no la había inventado él, sino descubierto, y era terriblemente cierta. Existen bajo tierra seres atemporales que escuchan nuestros rezos y están atentos a quienes deciden sumarse a su logia eternamente.

Miguel salió de la habitación absorto y llegó a su hogar en completo silencio. Era consciente de la preocupación de su esposa pero ¿qué podía hacer él aparte de esperar? Esperar su muerte o la de su amada. Dejó de dormir por las noches enfrentándose a cada momento con aquel dilema. Cada vez que miraba a Luisa recordaba lo mucho que la quería, cuando le hablaba, sentía como el corazón le daba un vuelco y algo le corroía por dentro al no poder confesarle las cosas horribles que había oído. Luisa era su esposa, su única vida, su todo.

A cada momento rehusó usar aquellas extrañas palabras, vocablos que llegó a memorizar de tanto leerlas, y alcanzó la firme determinación de que amaba demasiado a Luisa como para llegar a plantearse seriamente el entregarla en su lugar, que era preferible el eterno sufrimiento que le prometía su condena a una larga vida sin ella ¿Cómo podría soportar el saber que había entregado al infierno a una criatura tan celestial? Sería como si la hubiera matado él mismo con sus propias manos, y eso le condenaría a una vida de amarguras como la que sufría la señora Concha. Llegó a la determinación de que iba a morir, en efecto, hasta que una noche Luisa le confesó que junto con Jesús estaban muy cerca de encontrar el remedio a la maldición.

Entonces Miguel cambió de opinión.

Temía que Luisa investigara lo suficiente como para averiguar que la forma de librarse de esa carga era dándosela a otro. Si lo descubría, en el momento crucial no querría estar a su lado por miedo, y él no podría canjearla. Porque no quería morir, esa era la cruel verdad, y de poder evitarlo lo evitaría. A toda costa.

Esa noche Miguel se echó a llorar.

Y es que ese era su drama, una decisión demasiado difícil donde el egoísmo había superado al amor, y el instinto de supervivencia lo arrastró hacia una traición planeada, fría, de la cual era conocedor y artífice. Nada más en aquel mundo tenía importancia a parte de su guerra interna. Él también se creía el protagonista de la historia, tal vez más interesante y más intimista aunque menos planteada en estas líneas, pues difícil es hablar sobre una duda sin caer siempre sobre los mismos tópicos hamletianos.

La vida de Miguel se basó desde entonces en una eterna espera.

Todo eso fue lo que le pasó a Miguel por la cabeza estando en Sometimes. Ahora estaba en un lugar donde ponían a prueba sus sentidos y cortaban finamente la carne.

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