Blog Debaruch

jueves, 4 de febrero de 2010

TREINTA Y CUATRO

Picaba la pared con fuerza, llevaba así un rato. Se había quitado tanto la chaqueta como los zapatos; aunque hiciese un frío de mil demonios, sus ropas estaban empapadas y se hacía incómodo llevarlas encima. Después de veinte minutos asestando fuertes golpes contra la piedra sin ningún resultado, cualquier otro habría regresado a casa para cambiarse, convencer a más gente, y sólo quizás volver. Quien sabe, tal vez con un martillo hidráulico... Jesús, por supuesto, no. Sabía que no había tiempo que perder, así que por muchos lamentos de Luisa y repetidas explicaciones suyas, decidió quedarse allá abajo, empapado y expuesto a una pulmonía sólo para entrar en la sala que una diminuta ventana de piedra prometía. No era necesario hacer todo un túnel, de hecho, con arrancar una de las piedras que había soldadas entre sí bastaría, en especial una que sobresalía más que el resto y conformaba parte del perímetro del agujero.

Entonces tendrían espacio sufriente para entrar.

Si eso fuera un callejón sin salida sólo el tiempo lo diría. Habían estado acertando en sus divagaciones hasta el momento y parecía que la suerte estaba de su lado. Nada contradecía esa lógica, ni los escritos de Oriol, ni los recortes de prensa, ni los dibujos. Pocos lugares más había donde buscar al señor Huguet. Tenía que estar dentro de esa sala. Cómo había accedido a ella era un misterio, pero la carnicería que se llevó a cabo no dejaba lugar a dudas: La mutilación de la carne tenía la finalidad de hacerlos pasar por aquel agujero hacia lo más profundo de la tierra. Hasta el mismo infierno.

Al tratarse de una acción ritual, nadie había pensado coger un pico y una pala como Jesús. La finalidad de la extraña logia de las montañas no era llegar al otro lado, como él trataba de hacer, sino el mero hecho de “pasar” por el agujero. Igual que caminar por las cenizas no se hace para alcanzar el otro lado.

Estaba sudando como nunca y los brazos se le entumecieron hasta que levantar el pico por encima su espalda se convertía en un suplicio. Los dedos de las manos ya no respondían y le era imposible tanto cerrar el puño como abrir la palma. Le arremetían toda una serie de molestias a las que no haría caso hasta que tirase el condenado muro abajo. Luisa lo miraba descansando en el suelo mientras iluminaba con ambas linternas. Estaba aterrada, no sabía qué le había ocurrido en el lago y desechó la idea de contar a Jesús que algo tiraba de ella hasta el fondo. Todo era extraño y confuso, más en aquel mundo subterráneo que no era el suyo.

La piedra cedió y cayó rodando hasta el agua dejando un agujero mucho más amplio, uno por el que podía caber una persona adulta. Luisa se levantó en seguida.

-¿Qué vamos a hacer?- dijo.

-¿A ti qué te parece? Seguir adelante, hacer lo que otros dejaron inconcluso. Encontraremos el cuerpo de Huguet y su diario, salvaremos a Miguel y entonces llamaremos a la policía para que se encargue de los cuerpos.

-¿Crees que si les damos sepultura, su alma descansará en paz?

-No seas tonta- dijo Jesús poniendo un pié en la nueva sala e iluminándola con la linterna -esa es una idea animista que nos han vendido los estudios de cine basándose en la religión católica. No creo que todo lo que está pasando en esta urbanización se deba a que no dieran cristiana sepultura a los desaparecidos. De hecho, sería una sorpresa que todo este embrollo fuera tan sencillo de arreglar, simplemente enterrando sus restos y cantando una oración. Si yo fuera un espíritu no volvería sólo porque mi cuerpo esté mal yacido, de todas formas saldremos de dudas cuando encontremos el diario. Allá está la verdadera sabiduría, la explicación de todo. Durante años, quienes se han visto en este aprieto no dudaron en señalar ese diario como la única alternativa a la muerte. Parece una profecía “Después de decir lo que no debe ser dicho al anochecer, sólo quienes pongan sus ojos en él escaparan de los hombres puzzle” Por desgracia, el diario ha estado enterrado aquí desde el principio, por lo que a todos les sobrevino el fallecimiento. Luisa, somos los primeros que han creído en esto desde el principio y tal vez por ello hemos tenido tiempo de llegar tan lejos. Tal vez seamos los primeros en descubrirlo y en terminar con la maldición. Ya ha habido bastantes muertes.

Luisa se detuvo de inmediato y le iluminó con la linterna. “¿Bastantes muertes?”

-¿A que te refieres?

Jesús también se detuvo, dio media vuelta y caminó hacia ella. Tenía el semblante serio como nunca, y eso la asustó tanto que no pudo permanecer con los pies clavados en el suelo, sino que retrocedió aterrada. Tal vez acompañar a ese hombre a la cueva no había sido una elección inteligente, tal vez Miguel tuviera razón al decirle que se alejara de él y ahora fuese demasiado tarde.

-Luisa, debo confesarte una cosa- dijo Jesús afectado -no me siento orgulloso, es más, la culpabilidad no me deja dormir por las noches y sonreír me cuesta horrores, como si alguien me hubiera robado la alegría.

-No te entiendo.

-Se trata de… ¿Sabes porqué creí en todo esto desde el principio? El otro día, después de ir a cenar a vuestra casa con mi pareja, y cuando todavía no habíamos salido de la urbanización, Marlen se puso muy pesada dentro del coche. Discutimos y ella se puso a gritar como una loca. Ya sabes como soy, todo lo que me dicen me entra por una oreja y me sale por otra de modo que lo único que dije fue: “Marlen, hemos roto a menos que…”

-¿A menos que?

Jesús permaneció meditabundo –A menos que digas “aquella palabra” ahora mismo- Luisa se quedó de piedra –ya sabes que soy un payaso y me gusta poner en un compromiso a la gente. Quería ver si me quería lo suficiente como para tragarse el orgullo, ese horrible orgullo que había mostrado en la cena. Compréndelo Luisa, yo entonces no creía en esta locura, tan solo pensaba en salirme con la mía, como siempre, en una estúpida pelea de enamorados. Reduje la velocidad y ella lo dijo antes de que saliéramos de la avenida de cipreses.

Luisa entendió entonces su culpa. Si Marlen finalmente moría, sería como si Jesús la hubiera matado.

-Me parece horrible Jesús, pero sí estamos en esta cueva es porque nadie creía en esto, pero ahora sí. No te tortures. Pensaba que eras un egoísta, que no tratabas de ayudar a Miguel sino a ti mismo y a tu morbosa curiosidad, incluso llegué a pensar que estabas enamorado de mí y por eso te implicabas tanto- Jesús desvió la mirada hacia la pared -pero veo que lo haces por Marlen, y eso está muy bien. Estamos exactamente en el mismo bando.

-Hay más.

El ambiente invitaba a la confidencialidad. El frío, el silencio y la oscuridad rota por luces eléctricas. Ambos se olvidaron por completo de la nueva sala donde estaban, de los secretos que allá podían descansar ocultos o la red de pasillos que los llevaría a perderse para siempre en las entrañas de la tierra. Todo desapareció en un preciso y lejano momento en que Jesús confesó:

-Marlen está muerta, y por Dios juro que no la mate yo, no de aquella forma.

Luisa se alejó de nuevo, y cada paso que Jesús dio tratando de abrazarla, más violentamente rehuía de su tacto. Recordó como aquel hombre había bromeado en la cena acerca de matar a su novia, “sería más sencillo que romper con ella” había dicho.

-Luisa, escúchame- pero ella continuaba sacudiendo los brazos en cuanto se acercaba –escucha, las señales, yo también las he visto pero con Marlen fueron diferentes. No estuve a su lado en ningún momento, ni en la visita del señor Huguet ni cuando el deforme la mutiló, escucha, ella lo dijo apenas una hora antes que Miguel y murió la noche siguiente. Recibí una llamada informando de su defunción días después. ¡Habíamos roto! No quise cogerle el teléfono durante días y por eso su muerte fue una sorpresa para mí.

Finalmente Luisa detuvo su histérico baile. Le miró a los ojos, que no eran más que dos sombras bajo la luz de las linternas y dijo:

-No pudo morir a la noche siguiente de decir la palabra, tú hablaste con ella por teléfono ayer. Eso nos dijiste, que estabas rompiendo, que querías romper…

-Esas son las señales a las que me refería. Marlen ya estaba muerta cuando recibí sus llamadas. Aunque hubiera abandonado este mundo no dejaba de comunicarse conmigo, incluso me visitó una noche de tormenta y... parecía tan real. Luisa, dime que te ha pasado lo mismo, tiene que haberte pasado al menos algo parecido. Debes haber tenido señales como las mías, señales que te hagan dudar de tu cordura- y dijo -La policía piensa que la maté yo, sus padres piensan que la maté yo, todo el mundo en la oficina piensa que la maté yo, excepto Miguel, que no ha vuelto a pasarse por el trabajo y por eso no sabe nada. Todo el mundo sabía que no la quería y por eso mi vida se ha convertido en un infierno. No te había dicho nada porque contigo podía seguir siendo el de siempre. Jesús el irónico, Jesús el gracioso. Si la policía no tiene pruebas para inculparme, ¿por qué todos me juzgan?

Cuando notó el golpe en la cabeza no supo de donde había venido. Quedó aturdido por unos momentos, un gran mareo le nubló la vista haciéndole caer de rodillas. Un segundo mareo, esta vez más fuerte, hizo que todo a su alrededor diera vueltas y lo llevó a besar la roca bajo sus pies. Las manos en la cabeza por el dolor agudo de su nuca. En ningún momento perdió la conciencia pero sí la orientación, la vista y el equilibrio. Unos pasos frenéticos se alejaron asustados de él y distinguió una pequeña luz cada vez más lejana.

No podía reprochar a Luisa el tener miedo. Ella sabía mejor que nadie que la muerte en Sometimes no es natural. No se te cae una maceta en la cabeza, no te atropella un coche al cruzar la calle o te mata un loco porque no se atreve a cortar contigo. La muerte allá era sobrenatural, pero a alguien que tiene la cabeza hecha un lío, que no sabe de quien fiarse ni que hacer, una chica que se encuentra de repente en un lugar apartado y aterrador, un lugar donde nadie podría oírla gritar ni socorrerla y sospecha poder estar en compañía de un asesino, entonces es normal que escondiera una piedra en su espalda y golpease con ella la cabeza de Jesús cuando se acercó demasiado. Era su única oportunidad de huir y no la desaprovechó, dejando al pobre infeliz sangrado en el suelo con la única compañía de los muertos.

Pues cuando Jesús se repuso, observó que tenía cantidad de cadáveres a su alrededor.

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