Blog Debaruch

lunes, 8 de febrero de 2010

TREINTA Y OCHO

Antes.

Cuando Jesús salió de la gruta era entrada la noche y ningún sonido turbaba la absoluta tranquilidad del bosque. No fue hasta atravesar el oscuro pasillo de zarzas cuando escuchó por primera ver el familiar canto de un grillo. Hizo el camino de vuelta zarandeándose de lado a lado. El aire fresco de la noche le sentó bien, pero la cabeza le daba vueltas.

Cuando subió las escaleras de su apartamento, apoyado como pudo por las paredes, no entendía cómo había logrado conducir hasta casa. Necesitó tres intentos para meter la llave en la cerradura. Se sentía como borracho. No hizo nada, no miró nada ni preparó nada, cayó sobre el sofá y allá despertó cuando escuchó el ajeno timbre de la puerta, aunque no fue hasta que unos sonoros golpes le hicieron reaccionar obligándole a ponerse en pié.

-¡Abra!- empezó a gritar el puño que golpeaba la puerta – ¡es la policía!

Jesús se llevó las manos a la cabeza con desesperación y un agudo dolor le atravesó todo el costillar. Entonces recordó muchas cosas de la noche anterior y no le extrañó en absoluto que Luisa le hubiera denunciado a las autoridades, lo que unido a las sospechas que ya tenía la policía, había desembocado en una orden arresto. ¿Para que iban a estar ahí sino?

Jesús permaneció en silencio. Tenía la mente espesa de quienes se acaban de despertar y confusa de quienes han recibido un gran golpe en ella, pero aún en ese estado pudo deducir que, si lo apresaban, no podría desentrañar el misterio que yacía en Sometimes, probar su inocencia y salvar a Miguel. Estaba claro que podía informar a los agentes sobre los cadáveres que encontró en lo más profundo de una cueva de las montañas, pero aquel caso estaba cerrado y no le exculpaba de la muerte de Marlen ni de la supuesta agresión a Luisa. Es más, verse envuelto en el descubrimiento de unos restos pertenecientes a una antigua secta suicida no podía ayudarle menos.

No, Jesús no podía permitirse que lo apresaran, de modo que su mente empezó a despertar. “Lo más sencillo es simular que no hay nadie en casa. Pero ¡estúpido! ¿Crees que no habrán visto tu coche aparcado abajo? Claro que sí, sin duda saben que estas aquí. Piensa, piensa, piensa. No pueden entrar si no les invito. Pero ¿qué te crees que son, vampiros? ¡Claro que pueden entrar, si tienen una orden! Y seguro que la tienen. Mierda, soy un maldito delincuente de esos que se pudren en la cárcel diciendo que no han hecho nada y que realmente no han hecho nada. Piensa maldita sea, piensa.”

Se puso en pié y el mundo giró a su alrededor. Tal vez se había precipitado levantándose tan deprisa, de hecho, su primer paso fue a enredarse torpemente con el cable de la lamparilla y, cuando dio un segundo paso, esta salió volando contra el suelo. La base de porcelana se rompió y los pedazos llegaron resbalando hasta la cocina. Por supuesto el estruendo fue importante y los agentes del pasillo se vieron legitimados a echar la puerta abajo.

El marco reventó de una patada y la puerta se estrelló contra la pared.

Con lo que a Jesús le costó tratar de derribar la puerta del ático primera en la plaza mayor, sin llegar a conseguirlo, y esos hombres lo hicieron a la primera. Cómo se notaba que eran profesionales. Cuando los agentes entraron, Jesús había alcanzado ya el dormitorio, desde cuya ventana podía ver como la tubería del retrete ascendía por la fachada desde el patio interior hasta el tejado. No tuvo tiempo de considerar detenidamente si era factible descender por ella hasta la calle, empezó a escuchar las rudas voces de los agentes dando avisos por el salón y no lo pensó dos veces.

-¡Señor River, Jesús River, se le acusa de intento de homicidio!- dijo uno antes incluso de encontrarlo. Sabían que estaba escondido en algún lado.

“Intento de homicidio- se dijo Jusús –por favor, aunque fuera verdad, ¿acaso otorgan el Nobel por intento de literatura?” Existe un concepto muy poco popular y del que Jesús se declaraba incondicional, a pesar de no haberlo realizado nunca, y ese era “Homicidio Justificado”.

“¿Habrán desenfundado?- se preguntaba entonces -seguro que han desenfundado y me pegan un tiro en cuanto me vean”

El dormitorio era otra habitación que los agentes debían inspeccionar, al entrar uno de ellos descubrió que, con ese frío, la ventana estaba abierta, incriminatoria. El agente se asomó y vio como la cañería descendía hasta el patio.

-¡Rápido, baja al patio interior!- ordenó a su compañero tras sospechar lo que había sucedido. El otro policía, bastante más joven, obedeció sin rechistar. Cuando el joven desapareció por la puerta, el agente al mando se asomó por la ventana de nuevo, con cuidado de no enseñar el arma que, efectivamente, llevaba desenfundada.

Justo en ese momento Jesús decidió salir de su escondite en el armario y golpear al agente con su bate de béisbol. Primero en la espalda, la rodilla después.

Gritó, se desmoronó. Le cayó el arma.

Jesús recogió la pistola del suelo y salió corriendo del piso. Su respiración era entrecortada y el corazón latía tan rápido que le dolía el pecho. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no echar a correr escaleras abajo. Habría sido una mala idea, en primer lugar porque sin duda acabaría rodando por ella y segundo porque no existe acción más sospechosa en el mundo que correr con una pistola en la mano y sangre en la cara. “Pistola, mierda” se la guardó en un bolsillo y dejó de correr. Al cruzarse con un vecino en el siguiente rellano, Jesús se llevó la mano a la nuca para taparse la mejilla ensangrentada con el codo- Buenos días Antonio –dijo disimulando, con una picara sonrisa. La chica que le acompañaba lo miró con desagrado, sensación que rara vez había sentido. Cuando llegó a la calle se dio cuenta que su saludo había sido completamente erróneo pues ya estaba anocheciendo.

Segundos antes, al pasar Jesús frente la mesa del portero, vio como un joven agente trataba de entrar en el patio interior por una puerta que conducía al armario de las fregonas.

Jesús entró rápidamente en su coche, las llaves se le cayeron dos veces a los pies antes de lograr poner el contacto, pero cuando finalmente lo consiguió no pudo reprimir sus ansias de escapar y arrancó dejando la goma de las ruedas marcada en el asfalto.

Solo tenía una dirección en mente y una misión en la cabeza. No entendía como había tardado tanto en darse cuenta de ello, pues si la señora Concha había dado la solución del sortilegio a Miguel, tal y como aseguraba Luisa, era porque sus ojos en algún momento se habían posado sobre el diario del Señor Huguet. En efecto, los dedos de la mano derecha del cadáver estaban rotos, lo que podía significar que había estuvo sujetando algo que le hubieran quitado de forma violenta cuando ya estaba muerto. Tal vez un libro. Por supuesto había cantidad de lagunas en su historia ¿Cómo halló la gruta sin ayuda de los valiosos papeles que él tenía? ¿Cómo hizo la señora Concha para caber por el agujero? ¿Cuándo se hizo con el libro? Era ingenuo pensar que tuviera una solución tras ver morir a su marido años atrás. “No creo que el deforme explique como librarse de él una vez ha finalizado su trabajo- pensó -de lo contrario Oriol Sampedro también sabría como librarse de la maldición y no nos invitaría a descubrirlo en los papeles que guardaba en su casa. No, de alguna manera Concha ha visto el diario que andamos buscando... y por algún motivo lo mantiene en secreto.”

Si esa afirmación era cierta, todo se complicaba más de lo imaginable. Luisa le había pedido que cesase en su búsqueda de respuestas, que Miguel ya sabía como burlar a la muerte y no necesitaba ninguna ayuda. En caso de que su última disertación fuera verdad, entonces Luisa estaba en lo cierto, Miguel tenía la solución desde el principio y todos los esfuerzos y sufrimientos por los que había pasado eran innecesarios.

Después de tantos días, volvía a estar como al principio.

Se sintió frustrado, presa del odio y la ira, como un muñeco en manos del destino o un figurante en una obra que no era la suya. Perseguido y acosado. Si realmente no era el protagonista de esta historia, le había salido caro tratar de serlo.

Otra cuestión le rondaba la mente, y era acerca del mismo Miguel. ¿Por qué se comportaba tan raro, tan frío, tan ausente? ¿Por qué recelaba de todo el mundo y mantenía su secreto con insana avaricia? Había cambiado completamente y la única que no lo veía, o no quería verlo, era su esposa.

Tal vez encontrara también respuesta a esta cuestión en casa de la señora Concha.

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