Blog Debaruch

jueves, 18 de febrero de 2010

CUARENTA Y TRES

Ciara se levantó más pronto que su marido, como de costumbre. Ningún rayo de sol escapaba de las nubes del cielo, aquel iba a ser el paisaje de ahora en adelante: gris, húmedo y frío. Invierno para todos. Cortó un par de rodajas de pan y las untó con tomate de rama, le gustaba desayunar fuerte los días como ese.

Grises, húmedos, fríos.

Se sentó en la silla de las patas cortadas y comenzó a hacer punto. Se tapó las rodillas con su manta de lana, pero no encendió el brasero. De vez en cuando miraba por la ventana y observaba como los coches arrancaban e iban al trabajo. Algunos niños cogían la bicicleta a pesar del frío mientras otros esperaban y apuraban el tiempo para que sus padres les acompañasen al colegio. Eran la futura generación de habitantes de Sometimes, ninguno de ellos abandonaría nunca este lugar aunque vinieran otros de nuevos.

A las ocho de la mañana la urbanización cobra vida, luego permanecen muerta hasta que esa misma gente regresa por la noche. A esas horas oscuras, las risas y las palabras desaparecen por completo, todo se convierte en silencio con la noche.

Justo en la casa de enfrente, las familiares cintas amarillas de la policía cerraban el perímetro del jardín y envolvía la puerta de entrada como un sello. La cerradura estaba reventada por dos tiros. Esas cintas amarillas representaban la muerte. No era la primera vez que aparecían, a veces se deben al descuido y otras a la inconsciencia, lo que significaba siempre lo mismo.

Marc entró por sorpresa en la pequeña salita, como de costumbre, con una mano en los riñones y otra en la pared. Sorprendió a Ciara mirando la casa de enfrente.

-Me han dicho que esta noche ya encienden la fila de farolas de la otra acera- dijo el viejo carraspeando con voz de veterano fumador.

-Es una lástima que ellos ya no puedan verlo.

-Podrán verlo todos los demás.

-¿Y eso no te da miedo? ¿No te entristece?

Marc se sentó con dificultades al lado de su esposa. Las rodillas le crujieron, luego cogió la mano de Ciara y le dio un beso en los labios. Ciara se sintió incómoda. Cada vez que Marc se ponía romántico se sentía incómoda, ya no tenían edad para esas cosas, para muestras de pasión geriátrica.

-¿Quieres que nos marchemos?- preguntó Marc.

-¿A que viene eso ahora?

-No sé, se me ha pasado por la cabeza. Sé lo mucho que te duele cuando esto ocurre- señaló por la ventana las cintas de la policía -sé que intentas con todas tus fuerzas no volver a oír hablar del señor Huguet nunca más, sé que habías cogido aprecio a esos jóvenes y sé que vendrán de nuevos, a los que también cogerás aprecio, y sobretodo se que pueden pasar dos cosas: que te vuelvas insensible o que mueras de lástima por dentro. No quiero que ocurra ninguna de las dos. Ciara, escúchame, sé que soy demasiado viejo para casi todo, pero si puedo disfrutar de ti durante los pocos días que me quedan, entonces moriré en paz. Si nos marchamos de este lugar podré verte sonreír cada mañana despreocupada, y tal vez quieras que charlemos alguna noche sin miedo. No estoy seguro pero creo que merece la pena.

-Marc, yo, yo…

-¿Eres feliz? Te lo he preguntado varias veces pero nunca me has contestado. Yo creo que no.

-Marc…

-Calla, no me trates como a un viejo.

Ciara comenzó a esforzarse por aguantar el llanto pero finalmente lo dejó correr abundante por su rostro. Le abrazó y fue ella quien le dio un beso con cariño.

Ahora lloraba, pero las lágrimas de sus mejillas nunca antes habían estado secas.

La pareja de ancianos se limitaba a ver pasar la vida. Para ellos, la historia que aconteció al comenzar el invierno no fue más que otra de tantas en que cada uno pensaba ser el protagonista. Todas las obras iguales y con idéntico final, tan solo variaban los actores y sus llantos. Marc y Ciara eran protagonistas de otra función, una que no terminaba con una esquela en el periódico que al viejo le gustaba leer cada mañana, sino que se llamaba simplemente “vida longeva”. Sometimes no es buen lugar para los ancianos. No hay tiendas ni comercios, hacer la compra semanal se convierte en una odisea y una visita al médico, cosa cada vez más habitual, en una larga excursión. Marc tenía claro que quería vivir al lado, encima, en frente o dentro de un quiosco.

A Ciara le tría sin cuidado.

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